Nacional
La carretera del horror donde las piedras valen más que la seguridad
La autopista se convierte en trampa mortal mientras autoridades celebran reuniones y promesas incumplidas.

En un espectáculo que mezcla el salvaje oeste con la burocracia moderna, la autopista Arco Norte se ha convertido en el escenario favorito de encapuchados emprendedores que, ante la ausencia de oportunidades laborales, han optado por el emprendimiento criminal. Su modelo de negocio es sencillo: piedras como inversión inicial, automovilistas como clientes forzosos, y un Estado que hace de espectador con palomitas.
La noche del jueves, estos innovadores sociales demostraron su eficiencia. Con la precisión de un reloj suizo, bloquearon la vía a la altura del kilómetro 170, ofreciendo a los conductores una experiencia interactiva: “¿Prefiere entregar su auto voluntariamente o que lo secuestremos junto con usted?”. Dos mujeres, elegidas al azar en el sorteo macabro de la delincuencia, disfrutaron de un paseo gratuito a un cerro, porque hasta los criminales practican la sustentabilidad (abandonar víctimas es más ecológico que desaparecerlas).
Mientras tanto, en un universo paralelo llamado “reunión interestatal”, funcionarios de cuatro entidades y empresarios celebraban su décimo encuentro para “fortalecer la vigilancia”. El único resultado tangible: prometer conectar cámaras que filmarán en HD los próximos asaltos. ¡Bienvenidos al México de la Cuarta Transformación!, donde las cámaras graban pero las autoridades no ven.
Los afectados, además de perder sus pertenencias, sufrieron el robo más doloroso: la ilusión de que sus impuestos sirven para algo. Denunciaron la ausencia de policías, aunque quizá los agentes estaban ocupados en talleres de sensibilidad de género o aprendiendo a twittear estadísticas falsas. Las grúas, eso sí, llegaron puntuales: el capitalismo nunca falla cuando se trata de cobrar por rescatar lo que el Estado no protege.
Este tramo carretero, bautizado ya como “El pasillo de la muerte 2.0”, supera en peligrosidad a cualquier videjuego postapocalíptico. Aquí no se necesitan zombies; los delincuentes armados y los funcionarios omisos son suficientes para garantizar la adrenalina. Lo único predecible es que, tras cada asalto, habrá más discursos, más reuniones y cero soluciones. Bienvenidos al circo de la inseguridad, donde los payasos gobiernan y el público paga con su vida.

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