En un acto de sublime ironía estatal, el régimen ha desplegado su última y más audaz pieza de teatro burocrático: nombrar a la ciudadana Martha Lidia Pérez Gumecindo como Gran Maestra de la Búsqueda Quimérica. Su misión, tan noble como imposible, es encontrar a los más de 133.000 desaparecidos en el vasto reino de la impunidad, una cifra que crece con la metódica eficiencia con la que un jardinero riega sus macetas.
Foto:Agencia AP.
La flamante responsable juró el cargo con un discurso que haría llorar de emoción a las piedras, prometiendo ejercer sus funciones con “compromiso y sensibilidad”, dos commodities tan escasas en el aparato gubernamental como los propios desaparecidos. Declaró, con una solemnidad que corta el aire, que la búsqueda es una “exigencia social”, omitiendo cortésmente mencionar que el Estado es el principal deudor de esa exigencia, cuando no el presunto autor intelectual del drama.
Su curriculum vitae es, cuando menos, deliciosamente paradójico. Forjó su expertise en Veracruz, el feudo donde la tierra, generosa, devuelve a los muertos en forma de macabros jardines clandestinos. Allí, aprendió el oficio bajo la tutela del exfiscal Jorge Winckler, un caballero actualmente ocupado en defenderse de acusaciones de tortura, un detalle curricular que el gobierno omite en la presentación de su candidata ideal. Su siguiente maestro fue el todopoderoso Alejandro Gertz Manero, Fiscal General de la República, una figura cuya sola mención provoca escozor en los organismos defensores de garantías individuales. Una escuela de verdugos para formar a una buscadora: la contradicción perfecta.
Por primera vez, una fiscal —es decir, una miembro del clan de los perseguidores— dirigirá la Comisión de Búsqueda, ese departamento creado en 2018 para aparentar que se busca sin molestar a los victimarios. Es el equivalente a poner al zorro, aunque sea un zorro reformado, a cargo del gallinero de las esperanzas. Las reacciones son un festín de doble pensamiento. Una madre buscadora de Veracruz alaba su trabajo local pero señala que en la fiscalía federal solo se practica la “simulación”, el arte nacional de fingir acción mientras se perpetúa la inercia. Otras, desde el Pacífico, celebran el nombramiento con una fe que conmueve, creyendo ver en ella el perfil idóneo.
Mientras, el Centro de Derechos Humanos Agustín Pro Juárez, que conoce el olor de la farsa a una milla de distancia, señala con educada discreción que el proceso de elección fue todo menos transparente. En las redes, los colectivos de familiares, esos héroes cansados que han tenido que suplir al Estado ausente, contienen la respiración. “Vamos a esperar”, dice uno, en un susurro que resume la desesperanza de una nación entera que ha visto desfilar promesas como sombras. Así, el gran circo de la simulación levanta su carpa una vez más, con una nueva actriz principal en un guion absurdamente trágico que Jonathan Swift no se atrevería a escribir.