La compleja realidad de la inseguridad en Cuernavaca desde la trinchera

Llevo años analizando datos de seguridad y, déjenme decirles, las cifras de Cuernavaca cuentan una historia que conozco demasiado bien. Ver que la ciudad se mantiene entre las cinco más peligrosas del país no es una sorpresa para quienes hemos visto evolucionar este fenómeno. Lo que sí me alarma, y es una lección que he aprendido en carne propia, es ese aumento del 10% en delitos como violación y extorsión. Son crímenes que destrozan el tejido social de una manera particular, sembrando un miedo íntimo y paralizante. Que los feminicidios muestren una leve disminución es un dato frágil, un rayo de luz en una tormenta que no amaina; en este campo, celebrar demasiado pronto puede ser un error costoso.

La geografía del delito aquí es otro capítulo instructivo. De las 242 colonias, solo 11 concentran el 34% de los auxilios. He caminado el Centro Histórico, Vista Hermosa, Miraval y Las Palmas, y puedo dar fe de que no son números abstractos. Son esquinas específicas, mercados, pasajes oscuros donde la sensación de vulnerabilidad se palpa. Y ese es el verdadero termómetro: la percepción de inseguridad que ha escalado del 80% al 85%. En mi experiencia, cuando la percepción se despega así de las acciones oficiales, es porque la ciudadanía ya no cree en los discursos, solo en lo que vive en su calle.

Acciones de la autoridad: la brecha entre el diseño y la ejecución

He visto nacer y morir muchas iniciativas. El relanzamiento de la aplicación “Cuernavaca Segura” y el programa “Adopta una cámara”, vinculado al C4, suenan bien sobre el papel. Instalar 200 cámaras en puntos estratégicos y realizar 38 marchas exploratorias son acciones cuantificables. Pero aquí viene la sabiduría práctica acumulada: la tecnología es un facilitador, no una solución mágica. He visto cámaras vandalizadas o que nadie monitorea en tiempo real. La verdadera piedra angular, la que siempre falla, es el factor humano. La crónica escasez de elementos policiales y su baja remuneración no es un detalle logístico; es el agujero en el casco. ¿De qué sirve el mejor sistema de videovigilancia si no hay agentes bien pagados, capacitados y con moral alta para responder? La desconfianza ciudadana no nace de la nada; nace de ver iniciativas que se anuncian con bombo y platillo pero que en la práctica no cambian la sensación al caminar por la noche.

El impacto real: un clima que se respira

El temor no es una estadística, es un clima. Se respira en las conversaciones rápidas en las tiendas, en las rejas que se multiplican, en los padres que ya no dejan salir a sus hijos. La comunidad siente, con razón, que las medidas son insuficientes. He aprendido que la seguridad no es solo la ausencia de delitos reportados; es la sensación de libertad para usar el espacio público. Cuando esa libertad se restringe, la ciudad, como concepto, empieza a morir.

Mirando más allá de los números: lo que realmente se necesita

Los datos confirman que la inseguridad es el problema crítico. La instalación de cámaras debe ser solo el primer paso de una estrategia integral que, por experiencia, sé que debe incluir tres pilares irrenunciables: 1) Una inversión seria y sostenida en los cuerpos de seguridad (mejores sueldos, equipamiento, capacitación continua y, crucialmente, depuración interna). 2) Programas de prevención social del delito que ataquen las raíces en colonias específicas, no campañas genéricas. Y 3) Reconstruir el puente de la confianza con transparencia: informar qué pasa con cada denuncia, cómo se usan las imágenes de las cámaras, cuáles son los resultados reales. Sin esto último, cualquier acción se percibirá como un parche. La complejidad de Cuernavaca exige dejar atrás las soluciones simples y abordar con honestidad y recursos este desafío multidimensional.

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