En un acto de visionaria generosidad cronológicamente diferida, la Comisión Nacional de los Salarios Mínimos (Conasami) ha desplegado su brújula y fijado un faro en el horizonte del año 2030. Su meta, tan concreta como etérea: que el estipendio mínimo de supervivencia permita, por fin, adquirir la descomunal cantidad de dos canastas básicas y media. El anuncio, solemnemente enterrado en las páginas del Diario Oficial de la Federación, llega como un bálsamo para quienes, en el 2025, apenas pueden aspirar a una canasta agujereada.
El organismo, con un optimismo que raya en lo lírico-fantástico, proclama que durante el presente ciclo sexenal se impulsará un crecimiento sostenido y responsable de las remuneraciones. Esto se traduce, en el lenguaje de los mortales, en que los aumentos intentarán no quedarse por detrás del monstruo inflacionario que ellos mismos alimentan con otras manos. Así, se contribuirá al “fortalecimiento” de un poder adquisitivo que hoy tiene la consistencia de un fantasma. Además, en un giro de reivindicación histórica, prometen rescatar del olvido a los salarios mínimos profesionales, esas reliquias teóricas destinadas a ocupaciones cuya precariedad es tan legendaria como ignorada.
La gran investigación del género y la brecha salarial
Otro pilar del gran programa quinquenal es la realización de estudios pormenorizados sobre el mercado de trabajo, ahora con la novedosa perspectiva de género. El objetivo es generar insumos académicos que, en un futuro incierto, quizás sirvan para diseñar directrices públicas que reduzcan la abismal diferencia retributiva entre mujeres y hombres. Una estrategia impecable: mientras la realidad exhibe la desigualdad, la burocracia la documenta.
El beneplácito unánime de los representantes
La Secretaría del Trabajo, en un comunicado que huele a consenso prefabricado, destacó que el plan fue presentado a los sectores obrero y patronal. Ambos, en un raro momento de simbiosis perfecta, avalaron su contenido. No podía ser de otra manera, pues la estrategia está milimétricamente alineada con el Plan Nacional de Desarrollo y, sobre todo, con la dignificación retórica de la paga. Mientras los trabajadores aplauden la promesa, los patrones celebran que la letra pequeña hable de 2030. Todos ganan, especialmente la idea de que los problemas se resuelven proyectándolos hacia un mañana siempre esquivo.













