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Nacional

La coreografía de la condena en el circo político mexicano

Un llamado a la cordura que resuena en el vacío de una arena donde los golpes reemplazan a los argumentos.

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En un giro de eventos que nadie pudo prever, la Gran Directora del Circo de la República, Claudia Sheinbaum Pardo, ha emitido un solemne y novedoso decreto desde su carpa principal: la no violencia. Sí, en el mismo coliseo donde los leones legislativos se devoran unos a otros para deleite del público, ahora se insta a usar palabras amables.

La máxima sacerdotisa del ritual democrático declaró que el Congreso de la Unión es el sagrado templo para el debate de ideas. No mencionó, por supuesto, que en este templo las ideas suelen resolverse a golpes, empujones y gritos, en una sublime representación de la dialéctica hegeliana adaptada para la era del espectáculo.

Todo esto surgió luego de que el Honorable Gladiador de Coahuila, Manolo Jiménez, proclamara que el bufón de la corte Gerardo Fernández Noroña merecía cada una de las estocadas verbales (y casi físicas) recibidas de su colega del PRI. Una postura filosófica compleja, que entiende la violencia no como un fracaso, sino como un merecido ajuste de cuentas retórico.

La Directora Sheinbaum, con la serenidad de quien observa una pelea de gallos desde un palco VIP, añadió: “la violencia nunca nunca se puede justificar”. El doble ‘nunca’, aquí, es un recurso retórico magistral, destinado a compensar la absoluta falta de consecuencias reales para los violentos. Es el equivalente político de poner una calcomanía de “¡Paz!” en una bazuca.

Mientras tanto, el Gladiador Jiménez, maestro en el arte de la contradicción performativa, condenó la violencia que merecía ser recibida, explicando que estos son simplemente momentos que se dan. Como la lluvia en abril o el calor en el desierto: fenómenos naturales inevitables en el ecosistema político norteño, donde ser muy directos es un eufemismo para resolver desacuerdos con métodos que harían sonrojar a un capitán de barco pirata.

Así, en el gran teatro de lo absurdo mexicano, todos condenan la violencia con la boca llena mientras aplauden con las manos manchadas. El debate de ideas se mantendrá, prometen, en el Congreso. Solo que ahora, quizás, con guantes de boxeo reglamentarios.

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