La coreografía del absurdo en alta diplomacia
En un sublime ejercicio de realismo mágico burocrático, el gobierno mexicano y la embajada estadounidense han descubierto, con la sorpresa de un niño que encuentra un caramelo bajo la almohada, que la coordinación podría ser útil para evitar que se disparen cañonazos como en los viejos tiempos del Lejano Oeste, aunque ahora en aguas internacionales y contra presuntas narcolanchas.
Este martes, en lo que bien podría titularse “El protocolo ante todo“, el canciller Juan Ramón de la Fuente y el secretario de Marina, almirante Raymundo Pedro Morales Ángeles, recibieron con una sonrisa de manual al embajador Ronald Johnson. Juntos, en perfecta sincronía, recitaron el mantra sagrado de que la prioridad fundamental es la salvaguarda de la vida humana en el mar, un principio que, por supuesto, queda suspendido cuando se trata de narcotraficantes a los que se puede bombardear sin ceremonias.
El teatro de la cordialidad institucional
La Cancillería, en un comunicado que haría llorar de emoción a cualquier redactor de cuentos de hadas, describió el encuentro como desarrollado “en un ambiente de cordialidad”. Reafirmaron el compromiso con el entendimiento y la cooperación “que históricamente han caracterizado la relación entre ambas naciones”, una historia que, como todos sabemos, ha estado exenta de cualquier intervencionismo, anexión territorial o conflicto diplomático.
Tras reportarse el ataque estadounidense a cuatro supuestas narcolanchas, el embajador Johnson acudió solícito a la Secretaría de Relaciones Exteriores, donde se encontró con el canciller y el secretario de Marina. La escena evocaba a un estudiante siendo citado en la dirección del colegio, pero con la diferencia de que el estudiante en cuestión lleva el arma más grande.
Diplomacia naval o el arte de barnizar cañones
En la Cancillería, el secretario de Relaciones Exteriores encabezó el evento “Diplomacia Naval y Política Exterior”, un espectáculo donde la Semar fue presentada como heroína por participar en labores de rescate de un superviviente de los mismos ataques que nadie quiere reconocer como descoordinación. En este evento encabezado por el canciller, se firmó un convenio que, en la tradición swiftiana, probablemente establezca que en el futuro los cañonazos irán precedidos de una nota diplomática con al menos 48 horas de antelación, y que siempre se dispararán con una sonrisa.
Así, entre firmas, sonrisas y declaraciones de profesionalismo, se construye día a día ese México constructivo y colaborativo que prefiere el diálogo a la confrontación, incluso cuando los cañones humean a corta distancia. Una lección de cómo la diplomacia puede convertir el absurdo en protocolo, y la contradicción en cordialidad institucional.



















