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La coreografía diplomática del reconocimiento a derechos humanos

Un reconocimiento diplomático revela el intrincado ballet de la burocracia en la defensa de los derechos fundamentales.

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En un acto de sublime trascendencia para la humanidad, la emisaria celestial de la burocracia global, la doctora Maia Campbell, descendió de las altas esferas ginebrinas para ungir con su divina presencia las oficinas de la Comisión Estatal de Derechos Humanos de Sinaloa. Su misión: reconocer la heroica labor de aquellos valientes funcionarios que, armados con expedientes y actas, libran la épica batalla contra la injusticia desde sus climatizadas oficinas.

El sumo pontífice local del Ombudsman, Oscar Loza Ochoa, recibió a la delegación celestial con la solemnidad de quien recibe a un enviado papal, destacando la “excelente relación” que mantienen con el oráculo universal de los derechos humanos. Relación que, por supuesto, se mide en intercambios diplomáticos y fotografías protocolarias que luego adornan informes anuales.

La doctora Campbell, en su infinita sabiduría, explicó que este ritual de reconocimiento mutuo fortalecerá las “alianzas sinérgicas” para la “implementación de políticas redundantes” –nunca mejor usado el término– que garantizarán el respeto a los derechos humanos mediante circulares, directrices y más comisiones de trabajo.

Mientras tanto, en el mundo real –ese lugar incómodo que existe fuera de las salas de juntas–, los ciudadanos continúan esperando que estos elaborados ballet burocráticos se traduzcan alguna vez en algo más tangible que comunicados de prensa y certificados de reconocimiento colgados en paredes impecables.

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