En un sublime ejercicio de contención gubernamental, la Excelentísima Presidenta Claudia Sheinbaum ha declinado amablemente la invitación a un debate plebeyo con su homólogo colombiano, el siempre efusivo Mandatario Gustavo Petro. El motivo: la inconveniente y del todo lamentable desaparición y posterior hallazgo sin vida de dos trovadores modernos de nacionalidad colombiana en el sagrado territorio nacional. La máxima dirigente, con una ecuanimidad que haría palidecer a un estoico, ha catalogado el asunto como un “lamentable episodio”, una categoría burocrática reservada para aquellos sucesos que perturban brevemente la armoniosa coreografía del poder.
“No, no voy a entrar a ese sainete dialéctico con el Señor Presidente Petro”, declaró desde su púlpito mañanero en Palacio Nacional, un espacio consagrado a la enunciación de realidades alternativas. “Considero que es un suceso deplorable, por supuesto que la investigación debe ser exhaustiva, y, naturalmente, las relaciones diplomáticas con nuestro hermano país de Colombia deben seguir su curso impecable”. Pareciera que, en el gran teatro de la política, un par de cadáveres con señales de tortura y mensajes intimidatorios son una nota a pie de página, un desagradable ruido que no debe interrumpir la sinfonía de las declaraciones oficiales.
Los artistas, Bayron Sánchez Salazar, alias B-King, y Jorge Herrera Lemos, conocido como DJ Regio Clown, protagonizaron sin desearlo una metáfora macabra de la situación nacional. Desaparecieron en la brillante Ciudad de México, faro de modernidad, y sus cuerpos fueron depositados, como un ominoso regalo, en el Estado de México, en la carretera federal México-Cuautla. Allí yacieron, en la categoría administrativa de “desconocidos”, durante varios días, hasta que la intervención del mandatario colombiano, quien osó pedir ayuda para localizarlos, pareció activar el mecanismo de reconocimiento del sistema.
Fue solo ayer, tras el llamado de Petro, que la fría maquinaria estatal confirmó lo que ya era un secreto a voces: los artistas habían sido ejecutados. Hoy, la Presidenta ha explicado con paciencia de pedagoga que el Gobierno federal mantiene un contacto fluido con Colombia a través de los canales establecidos, es decir, la Cancillería. La investigación, nos informa, recae en la Fiscalía de la CDMX, esa institución de probada eficacia y transparencia que, sin duda, desentrañará los hilos de este “lamentable episodio”.
En este grotesco ballet, los muertos son un problema logístico, una carpeta de investigación que se abre y se cierra. La búsqueda se inició “de inmediato”, se emitieron “todas las alertas”, y “tiempo después”, con la puntualidad de una tragedia griega, aparecieron los cuerpos. La comunicación con el país de origen se reduce a un trámite diplomático, mientras la pregunta esencial –¿cómo es posible que esto ocurra una y otra vez?– se ahoga en un mar de eufemismos y procedimientos. El verdadero debate, el que cuestiona la ficción de la normalidad, es, al parecer, el único al que nunca se aceptará la invitación.