El Gran Teatro de la Beneficencia Estatal
En un acto de insólita clarividencia, los Sumos Sacerdotes del Máximo Tribunal han decretado que el sagrado derecho a la pensión ya no será un coto cerrado para la estirpe consanguínea. La burocracia, esa máquina perfecta de generar formularios, ha recibido la orden celestial de ampliar su mirada más allá del árbol genealógico.
El caso que conmocionó a la curia judicial fue el de una mujer que, habiendo ejercido de madre sin título notarial, se atrevió a reclamar lo que por sentido común le correspondía. ¡Imaginen el escándalo! La tía que crió, alimentó y sostuvo a su sobrino como un hijo pretendía ser tratada como lo que era: familia. El IMSS, guardián celoso de las arcas públicas, argumentó con la obstinación de un burócrata del siglo XIX que solo los ascendientes en línea recta—padres, abuelos, bisabuelos—tenían derecho al maná pensionario.
Los ilustres ministros, en un arrebato de lucidez, han descubierto lo que cualquier persona en su sano juicio sabe: que la familia no es solo aquello que se puede dibujar en un árbol genealógico. El ministro ponente, en un discurso que haría llorar de emoción a un notario, proclamó que el afecto, la solidaridad y el apoyo mutuo—esos bienes intangibles que el Estado no sabe cómo cuantificar—deben ser reconocidos. ¡Qué revolucionaria idea! Resulta que ahora el cariño y los cuidados deben tener papeles que los acrediten ante las frías oficinas gubernamentales.
El fallo, emitido con la solemnidad de quien descubre el agua tibia, establece que cualquier persona que demuestre haber cumplido funciones familiares—con pruebas documentales, por supuesto—podrá acceder a la ansiada pensión. Se abre así la fascinante perspectiva de que los ciudadanos deban presentar ante el Estado álbumes de fotos, testimonios vecinales y perhaps hasta mediciones de abrazos para demostrar que realmente querían a su familiar fallecido.
En este nuevo paraíso burocrático, donde los lazos afectivos deben pasar el filtro de la documentación probatoria, se nos revela la gran paradoja: el Estado, que durante siglos ha ignorado las realidades familiares diversas, ahora se erige en juez de la autenticidad de los vínculos emocionales. ¡Magnífico progreso! Ahora podemos esperar largas colas de ciudadanos tratando de demostrar ante un funcionario que realmente querían a su difunto pariente.
Los ministros Figueroa y Guerrero García, en un alarde de modernidad, han declarado que el concepto de familia es “plural y dinámico”. Lo que no explican es cómo hará el IMSS—esa institución famosa por su agilidad y calidez humana—para medir la intensidad de los lazos afectivos con los mismos instrumentos con que mide las cotizaciones. Sin duda, estamos ante el nacimiento de una nueva ciencia: la afectivometría burocrática.
Este fallo histórico nos deja con una deliciosa ironía: el Estado, que nunca ha sabido muy bien qué hacer con las familias reales, ahora se convierte en el gran certificador de los vínculos afectivos. ¡Bienvenidos al futuro, donde el cariño deberá venir con triplicado y sello notarial!















