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La Corte Suprema estrena presidente indígena entre promesas y escepticismo

La designación judicial que promete cambiar las reglas del juego, pero ¿quién lleva el marcador?

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Foto: El Universal.

Ciudad de México — En un giro que nadie vio venir (o quizá todos, pero fingimos sorpresa), la presidenta Claudia Sheinbaum aplaudió con fervor revolucionario el nombramiento de Hugo Aguilar Ortiz, un indígena mixteco, al frente de la Suprema Corte de Justicia. “¡Qué casualidad!”, murmuraron los árboles mientras las cámaras grababan. “Justo cuando necesitábamos un símbolo étnico para la foto oficial del nuevo poder transformador“.

La mandataria, en un arrebato de modestia ajena, elogió al flamante magistrado: “No solo sabe de culturas originarias —¡faltaba más!—, también domina eso del Derecho“. Acto seguido, repitió “muy buen abogado” dos veces, como si la redundancia validara la meritocracia. “Es humilde, brillante y sensible”, añadió, describiendo sin querer al unicornio que todo gobierno quisiera montar en su discurso.

Pero el espectáculo no terminó ahí. Sheinbaum, en un alarde de audacia visionaria, también celebró la elección de los nueve jueces (cinco mujeres, cuatro hombres), cuyo perfil —aseguró— garantizará austeridad (mientras sus sueldos superen el PIB de Tuvalu), transparencia (opaca como ventana colonial) y honestidad (término redefinido en diccionarios oficiales). “¡El pueblo lo decidió!”, exclamó, omitiendo que “el pueblo” fue el mismo que eligió los tamales de la cafetería del Congreso.

“La Corte debe ser ejemplo”, sentenció, sin aclarar si se refería a ejemplo de cambio o de continuismo con folclor. Lo cierto es que, entre tanta parafernalia de renovación, uno recuerda la vieja máxima: En México, hasta las revoluciones tienen acta notarial y copia certificada.

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