En un acto de deslumbrante eficiencia gubernamental y aguda percepción de las prioridades nacionales, la Excelentísima Presidenta de la República anunció con solemnidad propia de una declaración de guerra que emprenderá una misión crítica a la capital del imperio vecino. El objetivo de Estado, tan urgente como ineludible, no es otro que presenciar el sagrado ritual del sorteo de la FIFA 2026, un evento cuya duración —cuidadosamente cronometrada en cuatro minutos— demanda el despliegue de un avión de la Secretaría de la Defensa Nacional. Qué mejor uso para el aparato militar que transportar a la comandante suprema a un espectáculo deportivo, demostrando así que la seguridad nacional y el fútbol son, en la práctica moderna de la estadista, conceptos intercambiables.
La mandataria, en un alarde de diplomacia relámpago, ha logrado encajar en su apretada agenda de cuatro minutos un “pequeño encuentro” con dos figuras de relativa importancia en la geopolítica continental: el emperador Donald Trump y el primer ministro canadiense Mark Carney. Se especula que, en los escasos segundos de intercambio protocolario, podrán resolver temas menores como el tratado comercial, la migración y la seguridad energética, todo ello entre sonrisas para la foto, antes de correr al verdadero quehacer de Estado en el Kennedy Center.
Mientras la nación aguarda con el corazón en un puño el resultado del sorteo que decidirá contra qué equipos secundarios jugará la selección dentro de dos años, la administración pública demostrará su inquebrantable normalidad. La secretaria de Gobernación, Rosa Icela Rodríguez, tendrá el alto honor de mantener encendida la llama de la cotidianidad desde Palacio Nacional, asegurando al pueblo que, aunque la jefa de Estado esté cumpliendo con su deber patriótico frente a los balones de la suerte, la mañanera no se detiene. Un consuelo para aquellos que aún creen que los aviones de combate son para combatir y no para viajes express a sorteos mundiales.
