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La cruda realidad del ingreso laboral en México

La brecha salarial persiste mientras la pobreza laboral escala, revelando una recuperación económica desigual en el país.

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Tras años de analizar los vaivenes de nuestra economía, los datos del INEGI sobre el ingreso laboral no me sorprenden, pero no dejan de consternarme. He sido testigo de cómo la brecha entre el sector formal e informal no es solo una cifra en un reporte; es la historia de millones de compatriotas que, aunque trabajan jornadas exhaustivas, perciben en promedio apenas 5,257 pesos mensuales, lo que equivale a menos de la mitad del ingreso de un trabajador formal. Es una realidad que he visto en las calles, en los mercados y en las pequeñas empresas que sostienen, con esfuerzo titánico, el tejido social.

El leve incremento anual, de alrededor del 2.9% para formales y 2.7% para informales, palidece ante la vorágine inflacionaria. En la práctica, ese aumento marginal apenas si alcanza para compensar el alza en el precio de la canasta básica. Recuerdo conversaciones con pequeños comerciantes en Oaxaca o con albañiles en Puebla, donde me explicaban, con una lucidez dolorosa, que trabajar más no significa necesariamente vivir mejor. La masa salarial real, esa suma total de todos los ingresos, ha caído un 2.8%. Esto no es una estadística abstracta: se traduce en menos dinero circulando en las economías locales, menos capacidad de ahorro y más vulnerabilidad.

La pobreza laboral, ese término técnico que define cuando el ingreso no alcanza ni para lo más esencial, la alimentación, ha aumentado ligeramente al 35.1%. Pero la verdadera tragedia se esconde en el desglose: el campo mexicano está llevando la peor parte, con un salto de 1.5 puntos que deja a casi la mitad de su población (49.1%) en esta situación crítica. Mientras las zonas urbanas prácticamente se estancan, el México profundo se hunde un poco más. He caminado por esas comunidades rurales; la resiliencia es admirable, pero las oportunidades escasean.

La disparidad geográfica es otra lección de humildad para cualquier analista. Estados como Quintana Roo, Yucatán y Aguascalientes florecen con crecimientos de dos dígitos, impulsados por el turismo y la industria manufacturera. Pero, ¿qué pasa con los que se quedan atrás? San Luis Potosí, el Estado de México y Guerrero registran caídas devastadoras, de hasta el 15%. Esto nos enseña que no existe una sola economía mexicana, sino múltiples, y que las políticas públicas deben ser tan diversas como nuestras realidades. Un enfoque único está condenado al fracaso.

Finalmente, la herida de la desigualdad de género persiste. La brecha donde los hombres ganan 8,278 pesos y las mujeres 6,625 es un recordatorio de un problema estructural que he visto a lo largo de mi carrera. No es solo un tema de equidad; es de eficiencia económica. Subutilizar el talento de la mitad de la población es un lujo que un país en desarrollo no se puede permitir. Los datos del INEGI son un diagnóstico claro. Nuestro desafío es transformar ese diagnóstico en una terapia efectiva, con políticas que no solo miren el PIB, sino que prioricen el ing digno y la justicia social para todos.

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