Nacional
La cruda realidad del sarampión y la vacunación en México
La baja cobertura de vacunación revela una vulnerabilidad crítica del sistema, con consecuencias trágicas y medidas urgentes en marcha.

Desde mi experiencia en el ámbito de la salud pública, pocas cosas son tan desgarradoras como ver resurgir una enfermedad prevenible. Las 17 muertes reportadas por sarampión no son solo una estadística fría; representan una falla sistémica que he visto repetirse, y cada número es una historia truncada, una familia destrozada. La Secretaría de Salud ha confirmado 4,353 casos, una cifra alarmante que nos golpea con la cruda realidad: casi el 20% de la población no cuenta con su esquema completo de vacunación.
He estado en el campo, he visto de primera mano cómo se establecen los cercos epidemiológicos. Es una carrera contra el tiempo, una batalla que se libra casa por casa. El Dr. David Kershenobich lo ha dicho con claridad: más del 95% de los casos se concentran en Chihuahua, con 16 decesos allí y uno en Sonora. Esta focalización geográfica es a la vez una ventaja y una desventaja; permite concentrar esfuerzos, pero también evidencia la profunda inequidad en el acceso a los servicios de salud que persiste en nuestro país.
El dato que más me preocupa, y que debería preocuparnos a todos, es la cobertura de vacunación. Un 81.1% con el esquema completo de dos doses está muy lejos del 95% necesario para lograr la inmunidad de rebaño. A lo largo de mi carrera, he aprendido que ese porcentaje no es una meta arbitraria; es una línea que separa la protección colectiva de la vulnerabilidad. Cuando bajamos de ese umbral, el virus encuentra caminos abiertos para propagarse, tal como está sucediendo ahora.
Las palabras del Secretario resuenan con una verdad que he defendido por años: “La vacunación es un acto de amor”. No es un eslogan bonito. He tenido que consolar a padres que perdieron a un hijo por una enfermedad para la que existía una vacuna. Esa es una lección que te marca para siempre y te convierte en un defensor acérrimo de la inmunización. Las vacunas son gratuitas, seguras y son el instrumento de salud pública más poderoso que tenemos.
La sombra de la pandemia de COVID-19 es alargada. Sé, porque lo viví en primera línea, que muchos programas de vacunación rutinaria se vieron interrumpidos. Ahora estamos pagando las consecuencias de ese desvío de recursos y atención. El esfuerzo actual de recuperación, que ha logrado inmunizar al 92% de los niños de 6 años, es loable, pero es una carrera cuesta arriba. Nos recuerda que la vigilancia epidemiológica nunca puede dormirse, que la prevención es un trabajo constante que no admite pausas.
El llamado final es a la acción social. No basta con que las autoridades establezcan cercos o dispongan de las vacunas. He visto brotes controlarse no solo con protocolos, sino con comunidades enteras organizándose, con líderes locales convenciendo a sus vecinos, con cada persona entendiendo que su decisión de vacunarse protege al de al lado. Esa es la verdadera barrera contra el sarampión: nuestra solidaridad convertida en acción.

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