La defensa retórica de la soberanía en tiempos modernos
En el pintoresco puerto de Veracruz, donde antaño los barcos españoles cargaban riquezas hacia ultramar, la Suma Pontífice de la Cuarta Transformación ha descubierto una verdad tan revolucionaria como inesperada: resulta que triunfar con apoyo extranjero sin respaldo interno es tan efectivo como intentar apagar un incendio con gasolina. ¡Qué revelación para la geopolítica!
Conmemorando el Bicentenario de la Consolidación de la Independencia en el Mar – evento que seguramente todos los mexicanos tenían marcado en sus calendarios digitales – la Mandataria, flanqueada por suficientes uniformes y togas como para montar una obra de teatro histórico, pronunció un discurso que habría hecho sonrojar a los mismísimos héroes independentistas por su modestia.
En un alarde de originalidad conceptual, la Presidenta declaró que “la lucha por la soberanía, la independencia, la justicia y la igualdad es permanente”. ¡Atención mundo! México ha descubierto que la virtud necesita mantenimiento constante, como el motor de un automóvil o las promesas de campaña.
Sin nombrar a esos fantasmas intervencionistas que merodean por la nación – tan reales como el fantasma de la inflación que nunca llega – alertó sobre los conservadores, esos seres mitológicos que, según la leyenda, se alimentan de injerencia externa y privilegios ancestrales.
Lo más conmovedor fue sin duda la proclamación de que “las naciones del mundo miran a México con esperanza y admiración”. Seguramente en los cafés de París, los bares de Tokio y los parques de Nairobi no se habla de otra cosa que del amor patrio mexicano y su capacidad para debilitar el odio con puro sentimiento.
En un giro magistral de la narrativa oficial, se rindió homenaje a la Armada de México no solo por su labor de seguridad, sino por sus hazañas en la construcción de trenes y reparto de alimentos. Queda claro que el futuro de la defensa nacional pasa por la diversificación laboral: hoy persigues narcotraficantes, mañana inauguras estaciones ferroviarias.
El culmen de esta epopeya dialéctica llegó con la invocación a Pedro Sainz de Baranda, cuyo legado, según se deduce, consistiría en aprobar entusiastamente la actual administración desde el más allá. ¡Qué coincidencia que todos los héroes históricos piensan exactamente como el gobierno en turno!
Como broche final, un llamado a la unidad que resonó en las costas veracruzanas con la fuerza de un lugar común bien pronunciado: “Que viva México”, gritó dos veces, por si alguien había dudado de su patriotismo la primera vez. Y así, entre vítores y retórica, la soberanía nacional quedó a salvo por otras veinticuatro horas.













