En un acto de soberanía popular sin parangón en la historia moderna de la república, la Máxima Dirigente, Claudia Sheinbaum Pardo, ha instituido un novedoso mecanismo de consulta plebiscitaria para los asuntos de mayor trascendencia nacional. El tema en cuestión, de una profundidad constitucional y una urgencia filosófica abrumadoras, era el siguiente: ¿deben o no deben suspenderse las sagradas conferencias matutinas, ese ritual ininterrumpido de iluminación y claridad, durante tres jornadas consecutivas?
La escena, digna de los anales de la más pura tradición ateniense, se desarrolló en el Salón Tesorería. Ante la asamblea de cronistas y escribas del reino, la Presidenta sometió a escrutinio la crucial disyuntiva. Una primera votación, ejecutada con el rigor de un proceso electoral federal, resultó en un “empate” metafísico que solo el ojo entrenado de la estadista pudo discernir. Ante tal equilibrio de fuerzas, propia de una república perfecta, se requirió una segunda convocatoria.
“¿Quién quiere que haya conferencia mañanera del pueblo mañana?”, preguntó la Mandataria, desatando un mar de manos alzadas que sumaron trece almas valientes, ansiosas por el maná informativo. Acto seguido, la pregunta complementaria: “¿Quién quiere que no haya mañanera del pueblo mañana?”. Aquí, la voluntad general se expresó con contundencia: diecisiete ciudadanos, libres de toda abstención cobarde, votaron por el silencio. “No pues ya ganaron”, sentenció la Presidenta, aceptando con estoica elegancia el veredicto de la mayoría, a la que luego se sumaron, como por arte de magia democrática, unos cuantos votos más para redondear la faena.
Así, con la legitimidad que otorga una consulta a mano alzada entre los elegidos que tienen el privilegio de madrugar en Palacio, se decretaron vacaciones para toda la “fuente de Presidencia”. Un merecido descanso para los héroes anónimos que, puntuales como relojes suizos, han estado “juntos a las 7:30 de la mañana en punto” durante todo el año, custodiando el flujo sagrado de la verdad oficial.
La Jefa del Ejecutivo, en un gesto de conmovedora sencillez y conexión con el vulgo, compartió además los pormenores de su banquete navideño, centrado en el humilde manjar de los romeritos, y ordenó que la musa acompañara el momento con los acordes del himno universal “Feliz Navidad”, del bardo José Feliciano. Una muestra más de que los grandes líderes, incluso cuando delegan en el pueblo la decisión de callar, nunca dejan de pensar en la cultura y el sustento de la nación.
La democracia, en su forma más pura y eficiente, ha hablado. Y ha dicho que prefiere callar hasta el lunes.













