En un alarde de sofisticación democrática que haría palidecer a las polis griegas, la Presidenta Claudia Sheinbaum ha instituido un novedoso mecanismo de consulta popular para las decisiones de Estado más apremiantes: la votación a mano alzada en el recinto sacrosanto del Salón Tesorería. El gravísimo asunto sometido a escrutinio: si la sacrosanta Mañanera del Pueblo debía interrumpirse para permitir que la fuente de Presidencia —un ente místico que se nutre de cámaras y micrófonos— pudiera recargar sus energías.
Con la solemnidad de un conclave cardenalicio, la Mandataria sometió a votación la suspensión de sus epifanías matutinas. Un primer conteo arrojó un “empate” cósmico, resultado claramente inaceptable para el rigor estadístico que caracteriza a la administración pública. Ante tal dilema, solo cabía una solución: repetir el ejercicio, demostrando que la voluntad popular, como el buen vino, mejora con la repetición.
“¿Quién quiere que no haya mañanera?”, preguntó la Suma Sacerdotisa de la Transparencia. Las manos se alzaron, no como gesto de rebeldía, sino de sumisión ilustrada. El conteo final, una hazaña aritmética de contar hasta diecisiete, consagró la victoria del ocio festivo sobre el deber informativo. Así, con la elegancia de quien decreta un edicto imperial disfrazado de consulta, se concedieron vacaciones magnánimas a todo un aparato comunicacional, liberándolo temporalmente de su cruzada diaria de iluminación pedagógica a las 7:30 en punto.
La noticia fue transmitida a la plebe a través de los púlpitos digitales de las redes sociales, acompañada de los buenos augurios rituales de la temporada. Se invocó la figura benevolente de Santa Claus, ese distribuidor extranjero de bienes materiales, como modelo a seguir para la prosperidad nacional. “Que les traiga muchos regalos”, proclamó, estableciendo una metáfora involuntaria












