En lo que bien podría ser el argumento de una ópera bufa económica, el humilde grano de café ha emprendido un viaje místico hacia la deificación en los altares de la Bolsa de Chicago. Durante el último acto de este drama, que ya cumple dieciocho meses, el precio del sagrado fruto se ha duplicado con un fervor casi religioso, ascendiendo un devoto 10% mensual, como si respondiera a un designio celestial y no a la especulación de mortales en traje.
Alfonso Iñarra, sumo sacerdote de las operaciones de Café Finca Santa Veracruz, confirmó el dogma con un suspiro resignado: “Desde hace año y medio sube, sube y sube… y no deja de subir”. Ante esta epifanía del mercado, los feligreses de las cafeterías deben realizar ofrendas de 50 o 60 pesos por un simple americano, un tributo que antaño no superaba los 20. Las congregaciones más exclusivas, aquellas donde el grano es bendecido por baristas iluminados, exigen diezmos superiores a los cien pesos por la comunión de una taza.
He aquí la paradoja sublime: mientras el costo del elíxir se dispara hacia el Olimpo financiero, las crónicas oficiales nos informan, con júbilo, que el consumo per cápita del aromático se ha triplicado desde el año 2000. El ciudadano común, en un arrebato de masoquismo económico, no solo acepta el castigo, sino que lo abraza, buscando ahora con ahínco el “café de especialidad”. Ya no le basta con la cafeína; anhela una experiencia sensorial, una ceremonia de sabores con la que “identificarse”, como si en cada sorbo buscara el sentido de la vida en un mundo que se desmorona.
Mientras el pueblo llano ofrece su monedas, el gran teatro del absurdo despliega su telón. El Consejo de la Comunicación, en un alarde de optimismo corporativo, celebra la existencia de ochenta mil templos cafetaleros que generan 320 mil empleos directos. Si contamos a toda la cadena de suministro, la industria mantiene atados a más de tres millones de almas. Una cifra maravillosa que demuestra que, mientras más caro se vuelve el producto, más personas son necesarias para explicarnos por qué debemos pagar tanto por él.
El crecimiento de las ventas, nos aseguran, es de un sólido 5% anual. Todo está en orden. El mercado crece a un 8%. La máquina funciona a la perfección. En este nuevo mundo, pagar el equivalente a un almuerzo por un sorbo de infusión caliente no es un fracaso del sistema, sino un triunfo de la sofisticación. Bienvenidos a la era donde el café ya no despierta, sino que adormece la razón.