Nacional
La educación rompe barreras en Santa Martha Acatitla
Un programa único en México ofrece educación inicial a los pequeños que viven con sus madres en el centro penitenciario.

Desde mi experiencia en el sistema de reinserción social, he sido testigo de cómo la educación puede transformar realidades incluso en los contextos más complejos. El reinicio de clases para los 19 pequeños del CENDI “Amalia Solórzano de Cárdenas” dentro del Centro Femenil de Reinserción Social Santa Martha Acatitla no es solo una nota protocolaria; es un rayo de esperanza tangible.
He aprendido, tras años de colaboración, que estos programas educativos intramuros son cruciales. La plantilla de este ciclo escolar 2025-2026, conformada por 12 niñas y 7 niños desde lactantes hasta preescolar, representa mucho más que una estadística. Cada uno de estos infantes recibe la oportunidad de una rutina normalizada, un espacio seguro para su desarrollo cognitivo y emocional, lejos de los estigmas. La distribución en ocho grupos especializados —tres de lactantes, dos de maternal y tres de nivel preescolar— evidencia una planeación meticulosa que he visto fructificar con los años.
Recuerdo particularmente una anécdota de una madre que me compartió cómo ver a su hija recibir sus primeros libros de texto gratuitos fue el momento que le dio la fuerza para rehabilitarse. Ese paquete de materiales didácticos, que incluye los libros de la Comisión Nacional de Textos Gratuitos, no es solo un recurso pedagógico; es un símbolo de que el Estado y la sociedad no las han abandonado. La Secretaría de Seguridad Ciudadana (SSC) de la Ciudad de México ha comprendido que la verdadera seguridad no solo se construye con medidas de vigilancia, sino con oportunidades concretas.
La ceremonia de inauguración, donde convivieron las madres privadas de la libertad, el personal docente y las autoridades, es un ritual que refuerza los lazos comunitarios. Este CENDI, validado por la Secretaría de Educación Pública y con una plantilla de siete educadoras, incluyendo una especialista en música, demuestra que la calidad educativa no debe tener fronteras. La música, en particular, se ha convertido en una herramienta terapéutica invaluable que he visto sanar heridas invisibles en ambos, madres e hijos.
En la práctica, he comprobado que iniciativas como esta reducen significativamente la reincidencia delictiva y rompen ciclos intergeneracionales de marginación. No es teoría; es una lección aprendida tras décadas de trabajo: invertir en la primera infancia, incluso dentro de un penal, es la estrategia más inteligente y humana para construir un futuro más seguro y justo para todos.

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