La eficacia celestial ante el diluvio terrenal
En las sagradas tierras de la Huasteca Potosina, donde los ríos decidieron expandir sus dominios con entusiasmo bíblico, Su Excelencia el Gobernador Ricardo Gallardo Cardona ha emprendido una peregrinación épica por los municipios afectados. Tan épica, que incluso logró materializarse por arte de magia tecnológica en el sacrosanto ritual matutino de la Presidenta de la República, para anunciar con orgullo que sólo cuatro comunidades permanecen en el limbo de la incomunicación, como si se tratara de un récord mínimo a batir.
“Tuvimos doce municipios afectados“, proclamó el mandatario con la solemnidad de un general que cuenta sus bajas, “pero ya sólo en dos persiste el alerta y seguimos trabajando“. La palabra “trabajando” resonó en el éter como un mantra divino. Cuatro comunidades a las que “no hemos podido entrar”, confesó, en lo que parece ser una estrategia novedosa de asistencia a distancia, pero prometió que para hoy el asunto quedaría “totalmente resuelto”, en un alarde de precisión cronométrica que desafía las leyes de la física y la logística.
Con un celo burocrático digno de los mejores escribas del faraón, detalló que se han evacuado a más de mil 600 personas que osaron habitar en los márgenes de los ríos, como si la pobreza fuera una elección caprichosa. Se registraron trece derrumbes y cuarenta y cuatro árboles caídos, obstáculos que la maquinaria estatal ha barrido con la eficiencia de una escoba cósmica, normalizando el tránsito para que el espectáculo de la normalidad pueda continuar.
Luego, en un arrebato de optimismo sobrenatural, el Gobernador declaró: “somos un estado muy afortunado”. Y vaya que lo somos. Mientras entidades vecinas lidiaban con la molesta tragedia de fallecidos y desaparecidos, aquí no se reporta “ninguna persona fallecida” ni “ninguna persona desaparecida“. Una suerte atribuida, por supuesto, a la rápida actuación de las autoridades –quienes, se sospecha, pueden detener las aguas con un decreto– y a la “disposición” de las personas para abandonar sus hogares, como si huir de una inundación fuera un acto de voluntad y no de desesperación.
La caridad estatal: paquetes de redención para los damnificados
Ahora, la administración se concentra en las labores post inundaciones, que consisten en limpieza y censos para calcular las pérdidas de la plebe. Para ello, se han dispuesto paquetes de ayuda de hasta veinte mil pesos, una cantidad que, en el mercado de los enseres domésticos, equivale a un chaleco salvavidas de oro. Ayudará, nos aseguran, tanto a la limpieza como a reponer lo perdido, en un gesto de generosidad que seguramente borrará el trauma de haberlo perdido todo.
Para coronar esta obra maestra de la previsión, los Servicios de Salud iniciarán una jornada de fumigación emergente para evitar que los encharcamientos se conviertan en criaderos del vector del dengue. Porque, claro, el verdadero peligro no es que tu casa se llene de agua, sino que luego te pique un mosquito. Además, con magnanimidad sin igual, se reubicará a quienes, año tras año, ven sus viviendas inundarse –una tradición tan potosina como el tamborazo– mediante el programa “Tu Casa, tu Apoyo”, que les dotará de vivienda en terrenos no inundables. Una idea revolucionaria, sin duda, que sólo ha tardado siglos en implementarse.
Así, entre recorridos mediáticos y promesas de resolución inmediata, el diluvio se convierte en un telón de fondo para el gran drama de la eficacia gubernamental, donde las comunidades aisladas son meros extras en una obra que ya tiene su final feliz escrito.