En un sublime acto de equilibrio cósmico, el huracán Narda, con la delicadeza de un elefante en una cacharrería, vino a recordar a la ilustre clase política la existencia de esos parajes conocidos como “zonas de poca infraestructura urbana”. Allí, donde los mapas del desarrollo se desdibujan, un joven que habitaba una vivienda que la generosidad oficial catalogaría como “improvisada” y los románticos como “presa potencial”, fue alcanzado por la más democrática de las fuerzas: toneladas de tierra reblandecida. Así, el ciudadano se convirtió en la víctima número 19 del temporal, un número redondo para las estadísticas que tan bien lucen en los informes de logros.
Mientras tanto, en el vecino estado de Nayarit, los arroyos, hastiados de su anonimato, decidieron bautizar calles y salas de estar con nuevos nombres como “La Viejita Desbordada”. Doscientas cincuenta familias tuvieron el privilegio de estrenar albergues temporales, esa experiencia turística patrocinada por el estado que fomenta la convivencia vecinal forzosa. Ante tal demostración de poder hidráulico, el gobierno, en un arrebato de diligencia sin precedentes, declaró en sesión permanente al Consejo Estatal de Protección Civil. Dicho consejo, una asamblea de notables, se dedicó a observar con fervor cómo los niveles de agua, cual mal estudiante ante un examen, iniciaban una importante disminución.
La maquinaria del progreso pudo entonces anunciar con orgullo que en lugares de nombre pintoresco como Invinay o Mazatlancito, los grandes encharcamientos habían sido reducidos a la categoría de “charcos menores”, esos riesgos domésticos que no merecen más que una mención de pasada. Los ríos Acaponeta y Cañas, tras su breve aventura rebelde, volvieron a su cauce, quizás avergonzados por haber perturbado la paz de un sistema que se jacta de su control. Las familias desplazadas recibieron el beneplácito para regresar a sus hogares, ahora decorados con el lodo como souvenir, quedando únicamente las heroicas “labores de limpieza”, esa etapa final donde la ciudadanía, armada con escobas y resignación, borra las huellas de un drama que la próxima tormenta se encargará de reescribir.