La épica batalla postal entre México y Estados Unidos

El Sublime Reestablecimiento de la Comunicación Epistolar en la Era Digital

En un acto de magnanimidad sin precedentes, la Sacrosanta Institución de los Correos Mexicanos, ese bastión de eficiencia proverbial, ha decidido magnánimamente permitir que el pueblo llano vuelva a enviar sus misivas manuscritas y papeles varios a través del charco hacia el Imperio del Norte. ¡Alabado sea el progreso!

Tras la heroica suspensión de todos los envíos comerciales –esa peligrosa vía de entrada de mercancías pagadas–, nuestras autoridades, en su infinita sabiduría, han discernido que las cartas de amor, las postales turísticas y los documentos académicos representan una amenaza manejable para la seguridad nacional estadounidense. Los paquetes, sin embargo, siguen siendo considerados artefactos de potencial subversión económica.

La Secretaría de Relaciones Exteriores y Correos de México han emprendido una cruzada diplomática de proporciones homéricas para negociar este trascendental acuerdo. Después de semanas de tensas deliberaciones entre las mentes más brillantes de ambos gobiernos, se llegó al histórico compromiso: el papel se permite, las cajas se prohiben. ¡Qué alivio para las relaciones bilaterales!

Los ciudadanos podrán acudir reverentemente a cualquiera de las 1,500 oficinas postales del territorio nacional –templos de la burocracia donde el tiempo se detiene– para depositar sus comunicados no comerciales. Eso sí, cualquier atisbo de valor mercantil será detectado por los sofisticados sistemas de escaneo moral instalados en cada una de estas dependencias.

Este monumental avance se produce semanas después de que el Gobierno estadounidense decidiera que la exención de impuestos para paquetes menores de 800 dólares –esa puerta trasera al comercio global– representaba una amenaza existencial para su economía. Ante tal demostración de proteccionismo ilustrado, México respondió con la suspensión total, para después ceder gallardamente permitiendo el flujo de papel, pero no de productos.

Así, en el gran teatro de las relaciones internacionales, mientras las potencias discuten aranceles y tratados, el ciudadano común puede al menos enviar su carta de queja… eso sí, sin ningún objeto de valor dentro.

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