En un despliegue de eficacia que solo puede ser descrito como heroico, el monumental aparato sanitario de la nación ha declarado una victoria sin precedentes contra un enemigo invisible: la estadística desfavorable. Mientras los ríos se llevaban casas y el lodo sepultaba esperanzas, nuestras gloriosas instituciones descubrieron el antídoto perfecto: inyectar números en brazos.
El IMSS, esa máquina perfectamente engrasada de atenciones médicas, en alianza sagrada con sus hermanos menores ISSSTE e IMSS-Bienestar, ha logrado la hazaña de convertir la catástrofe en un balance positivo. Cincuenta y dos mil vacunas administradas a ciudadanos que, entre buscar el techo que el agua se llevó y encontrar agua potable, recibieron el consuelo biológico de la protección estatal.
La Secretaría de Salud, en su infinita sabiduría, ha establecido una jerarquía de la desgracia: los ancianos, los niños y las embarazadas primero en la fila para recibir este balmario institucional. Mientras las aguas crecían, ellos crecían en inmunidad contra enfermedades respiratorias, como si los virus respetaran más los títulos oficiales que las corrientes de agua contaminada.
¡Trescientas setenta y ocho brigadas médicas! Un ejército de batas blancas desplegado sobre el lodo como ángeles de la burocracia salvadora. En Veracruz, donde el dengue amenazaba con ser más democrático que el propio gobierno, se han instalado dieciséis mil cuatrocientas noventa y seis ovitrampas -una trampa para mosquitos tan ingeniosa que casi compensa la falta de trampas para la corrupción.
El IMSS, en un arrebato de eficiencia operativa, aplicó veinte mil trescientas veintitrés dosis en solo seis días. Una proeza matemática que convierte cada gota de vacuna en un símbolo del progreso, mientras las gotas de lluvia seguían convirtiendo poblados en lagunas.
El inventario farmacéutico alcanza la cifra épica de doscientas setenta y seis mil seiscientas ochenta y tres piezas de medicamentos disponibles. ¿Importa si son aspirinas o antirretrovirales? La cantidad es lo que cuenta en esta épica numérica donde las consultas médicas superan los veintiún mil encuentros, cada uno un acto burocrático que certifica que el Estado sí aparece, aunque sea para tomar la temperatura en medio del diluvio.
Ante el ciclón tropical -ese fenómeno meteorológico que no entendió que debía coordinarse con el calendario de logísticas gubernamentales– el Seguro Social desplegó un operativo tan amplio como las zonas afectadas. Diecinueve hospitales y unidades médicas móviles se distribuyeron estratégicamente para demostrar que la atención médica puede llegar a cualquier parte, especialmente si hay cámaras periodísticas cerca.
La limpieza y rehabilitación de instalaciones avanza gracias a las brigadas médicas que, en su multifuncionalidad ejemplar, pasan de suturar heridas a limpiar escombros. Sesenta y un equipos desplegados, veintisiete vehículos de apoyo -entre ambulancias que esquivan árboles caídos y camionetas que sortean caminos desaparecidos- completan este ballet burocrático donde cada movimiento está coreografiado para demostrar que, en medio del caos, las estadísticas sanitarias siempre pueden salir victoriosas.
Así, ciudadanos, mientras la naturaleza demostraba su fuerza primitiva, nuestras instituciones demostraban su capacidad de registro. Porque en el México moderno, lo importante no es evitar el desastre, sino poder contarlo con cifras impresionantes en el próximo informe de gobierno.