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En un alarde de sincronización burocrática que haría palidecer a los relojes suizos más precisos, la Secretaría de la Defensa Nacional ha anunciado con pompa y circunstancia la Conferencia Final de Planificación del Ejercicio Multinacional de Defensa Aérea “AMALGAM EAGLE 2025“. Este monumental evento, celebrado en las planicies de Cleveland, Ohio, reunió a lo más granado del establishment castrense de tres naciones para combatir el más escurridizo de los enemigos: las amenazas aéreas que, sin duda, mantienen despiertos por las noches a los ciudadanos comunes.
Lo verdaderamente revolucionario -nos cuentan con solemnidad- es que este simulacro representa el primer evento en más de diez años donde los tres países deciden coordinar sus esfuerzos simultáneamente. Por fin, tras una década de negligente desinterés por los cielos, nuestros valientes estrategas han despertado para defender el espacio aéreo norteamericano de… bueno, de algo que seguramente justifica los viajes, los catering y las costosas instalaciones.
El comunicado oficial, redactado con esa prosa burocrática que tanto nos reconforta, nos revela el verdadero propósito tras este despliegue de recursos: prepararse para la Copa Mundial de fútbol 2026. Porque, como sabe cualquier estratega militar que se precie, nada amenaza más la seguridad continental que veintidós individuos persiguiendo un balón. Los riesgos son evidentes: celebraciones desmedidas, posibles invasiones de aficionados ebrios, y ese peligroso fenómeno conocido como “ola” que podría ser confundido con un movimiento táctico enemigo.
La retórica oficial abunda en principios tan loables como abstractos: reciprocidad, responsabilidad compartida (pero diferenciada, no vaya a ser que alguien tenga que asumir más gastos), confianza mutua y respeto a la soberanía. Mientras tanto, en la realidad tangible, los ciudadanos se preguntan si esta arquitectura de seguridad preventiva incluirá también la protección contra amenazas más pedestres como la delincuencia organizada o la corrupción institucional.
El calendario de encuentros es tan intenso como enigmático: en mayo, nuestros máximos estrategas viajaron a Chihuahua para presenciar ejercicios de adiestramiento conjunto. En junio, la caravana castrense se trasladó a Colorado Springs, donde el Comando de Defensa Aeroespacial vigila celosamente los cielos desde sus instalaciones fortificadas. Y como colofón, en agosto se celebró en Ensenada una “Junta Regional de comandantes Fronterizos” que, según nos aseguran, constituye la “plataforma fundamental” para la colaboración en la frontera.
Uno no puede evitar maravillarse ante esta coreografía geopolítica perfectamente coreografiada, donde generales y almirantes se reúnen interminablemente para discutir amenazas etéreas mientras las crisis terrenales siguen su curso imperturbable. En este gran teatro de la seguridad nacional, los actores cambian de escenario con frecuencia, los discursos se repiten con variaciones mínimas, y el público -es decir, los contribuyentes- aplaude obedientemente sin entender del todo el argumento de la obra.
Queda la esperanza de que, entre tanto viaje y tanta conferencia, alguien haya recordado que la verdadera seguridad no se mide en cumbres realizadas ni en ejercicios planeados, sino en la capacidad de proteger al ciudadano en su vida cotidiana. Pero quizás eso sea pedir demasiado en esta era de seguridad espectáculo y defensa virtual.