La épica distribución de mochilas que salvará a la nación

En un despliegue de magnificencia sin precedentes, el estadista Samuel García, en su rol de benefactor supremo de la nación neoleonesa, ha emprendido la colosal misión de repartir mochilas y lápices a las masas estudiantiles. El evento, celebrado en un templo del saber bautizado con un nombre tan largo que requiere su propio crédito curricular, fue nada menos que el acto fundacional de una nueva era de ilustración.

Flanqueado por su corte de leales, el mandatario proclamó, con la solemnidad de quien anuncia el descubrimiento de la penicilina, que Nuevo León ha erradicado la ignorancia como si de una plaga medieval se tratara. “¡He aquí el sistema más inclusivo jamás concebido!” exclamó, mientras un coro de niños neurodiversos—término mágico que resuelve décadas de abandono—agitaban sus nuevos cuadernos en éxtasis.

La estrategia es sublime en su simplicidad: seis horas de encierro institucional, adornadas con actividades extracurriculares que transformarán a los vástagos de proletarios en poliglotas tecnológicos. El secreto, al parecer, residía todo este tiempo en unos tenis deportivos y una mochila con los colores del gobierno.

Mientras el secretario de Educación—cuyo nombre parece extraído de un generador de burócratas—disertaba sobre protocolos de seguridad y diagnósticos socioemocionales, uno no podía evitar preguntarse si no estaríamos presenciando el nacimiento de una nueva religión secular. Sus altares: las escuelas de tiempo completo. Sus sacramentos: las becas universitarias prometidas. Sus fieles: diecisiete mil almas agraciadas con la dádiva estatal.

Cuatro años de este régimen ilustrado nos separan ya de las tinieblas, con la promesa de que el quinto y sexto serán aún más gloriosos. El milagro educativo se mide en unidades de material escolar: 17.329 pruebas irrefutables de que el futuro no es una amenaza, sino una mochila llena de útiles que lleva el sello del gobierno.