La narrativa oficial de los encuentros entre mandatarios suele pulir los detalles incómodos, pero ¿qué revelan los momentos previos no televisados? Una investigación periodística, basada en el testimonio directo del expresidente mexicano Vicente Fox, desentierra las capas de un primer cara a cara con Vladimir Putin que comenzó mucho antes del apretón de manos.
Fox y su esposa, Marta Sahagún, llegaron con puntualidad suiza a las puertas del Kremlin para una cita programada a las 09:00 horas. Sin embargo, lo que siguió fue un meticuloso ejercicio de espera. Durante casi dos horas, el personal del complejo presidencial ruso condujo a los invitados a un salón cada vez más imponente, ofreciendo excusas vagas y respuestas evasivas. ¿Era un descuido protocolario o una táctica deliberada para establecer una dinámica de poder desde el inicio? Sentados y tomados de la mano, el tiempo se extendió, creando un escenario de tensión previa al acto principal.
La aparición final del líder ruso no fue discreta. Según el relato de Fox, Putin irrumpió en la estancia atravesando enormes puertas de oro y plata, acompañado por un sonoro toque de trompetas. Un despliegue que, más allá de la pompa, parecía coreografiado para magnificar su autoridad y, de manera no sutil, acentuar la diferencia de estatura física con su invitado. Este gesto calculado plantea una pregunta incisiva: ¿hasta qué punto la escenografía del poder es un lenguaje diplomático en sí mismo?
Al conectar estos puntos —la espera prolongada, el traslado a salones más austeros y finalmente la entrada teatral— se revela un patrón. No se trató de una serie de inconvenientes, sino de una narrativa no verbal cuidadosamente orquestada. La revelación significativa aquí no es la anécdota en sí, sino la exposición de cómo, antes de cualquier diálogo, se pueden establecer los términos de una relación entre estados mediante el control del tiempo, el espacio y la percepción. El Kremlin, en esta ocasión, demostró ser un maestro en ese arte.















