La estatua de Zapata renace en Cuernavaca con un mensaje de lucha vigente

¿Qué pasaría si las estatuas cobraran vida para reclamar su lugar en la historia? La icónica efigie de Emiliano Zapata Salazar no cabalga solo en bronce, sino como un manifiesto móvil que desafía el olvido institucional. Este coloso de 5 toneladas, creado por los visionarios Estela Ubando y Carlos Kunte en un récord de 9 meses, se traslada del ostracismo vial al zócalo de Cuernavaca, transformando el espacio público en un foro de memoria activa.

Más que un mero cambio de ubicación, este acto simboliza una revolución cultural: ¿Por qué aceptamos relegar nuestros símbolos a autopistas como anuncios olvidados? La gobernadora Margarita González Saravia desnuda una verdad incómoda: el monumento fue víctima de grafitis y abandono, convertido en metáfora de promesas revolucionarias incumplidas. Sin embargo, su galope eterno -diseñado intencionalmente por los artistas- nos interpela: la lucha por tierra, justicia y libertad sigue vigente.

La inversión de 2 millones de pesos cuestiona paradigmas: ¿Es gasto o inversión en conciencia colectiva? Mientras otras ciudades entierran su historia bajo concreto, Cuernavaca propone un modelo disruptivo: museografía urbana donde las esculturas rotan como exhibiciones vivas, manteniendo el diálogo con nuevas generaciones. Este traslado no es punto final, sino el inicio de un manifiesto tridimensional que desafía a repensar cómo habitamos el espacio público con nuestros héroes.

Los creadores revelan el acto subversivo tras la obra: “Zapata galopa porque su lucha continúa”. Esta no es una estatua conmemorativa, sino un recordatorio cinético de que las revoluciones no se fosilizan. En tiempos de activismo digital, el peso físico de 5.60 metros de altura grita más fuerte que mil hashtags: los símbolos deben ocupar el centro geográfico y mental de nuestras ciudades.