La fábula del becerro de oro y la generación de los nadies

La fábula del becerro de oro y la generación de los nadies

Ilustración profética: el becerro de los contratos basura y los diplomas inservibles.

En el gran teatro de la economía moderna, la cohorte conocida pomposamente como Generación Z no interpreta el papel de protagonista, sino el de comparsa sacrificial en un espectáculo absurdo. Su realidad existencial y formativa es un ingenioso experimento social para comprobar cuánta flexibilidad puede soportar un espinazo juvenil antes de quebrarse, perfectamente ligada a la servidumbre precaria y al letargo académico.

Un sublime estudio de la sacrosanta Alianza Jóvenes con Trabajo Digno —nombre que por sí solo merece un premio a la ironía— desentraña que aproximadamente un tercio de estos mozalbetes, unos once millones de almas, disfrutan de la pobreza monetaria como estilo de vida, mientras una legión similar se deleita con la inestabilidad laboral como principal hobby.

El evangelio según los datos: revelaciones de un futuro glorioso

El sagrado texto “Jóvenes Oportunidad en la Generación Z” profetiza un destino luminoso: “no hallan empleo formal, mucho menos teletrabajo y ascenso profesional; carecen de formación universitaria y, en su lugar, cultivan un atraso educativo sin ni siquiera coronar el bachillerato”. Una hazaña de eficiencia sistémica: crear una generación entera de Sísifos digitales que empujan la roca de la cualificación cuesta abajo cada mañana.

De los 15.4 millones de jóvenes que ya se han incorporado al divino ciclo productivo, 9.3 millones (un sesenta por ciento escogido por la divina lotería) perciben una remuneración tan generosa que les impide, por diseño, superar el umbral de la miseria. Su pecado: no poder costear dos canastas básicas, ese lujo burgués. Además, 9.4 millones de estos pioneros laboran en la sublime pureza de la informalidad, libres de las cadenas opresoras de la salud pública y la protección social.

Solamente un puñado virtuoso, 3.4 millones, ha sido admitido en el Olimpo de los conglomerados gigantes, las empresas medianas o el sagrado aparato gubernamental. El resto, claro está, prefiere la libertad creativa del subempleo.

La pedagogía de la escasez: cómo la pobreza moldea mentes ávidas

En el ámbito del saber, reina una tendencia filosófica hacia el abandono escolar temprano, una suerte de deserción ilustrada que comienza a los 15 años. Casi la mitad de los jóvenes en edad de cursar bachillerato (esos seres entre 16 y 21 años) han elegido sabiamente dejar los libros para sumergirse en la academia de la vida real. A esto se suma que el 27% de la juventud padece rezago formativo, un término técnico para “el sistema los dejó atrás”.

El análisis, con precisión de relojería suiza, disecciona la condición académica por años. A la tierna edad de 28 años, sólo 27 de cada 100 elegidos han sido iniciados en los misterios de una licenciatura. Tres cuartas partes de la generación carecen de estudios superiores, y casi la mitad ni siquiera posee el pergamino del bachillerato, convirtiéndose en los nuevos analfabetos funcionales del siglo XXI.

La variable económica, ese gran igualador, pinta un cuadro conmovedor: el 91% de los adolescentes de hogares opulentos permanecen en las aulas, mientras sólo el 56% de sus homólogos pobres tienen ese privilegio. Una demostración práctica de la meritocracia en acción, sin duda.

Decálogo para salvar a los condenados de la tierra (versión burocrática)

Los oráculos de la Alianza, en su infinita sabiduría, han tallado en piedra unas propuestas magníficas. Primero, revalorizar los bachilleratos técnicos hacia una educación “dual”, para forjar capacidades y competencias vitales acordes con las tendencias económicas, que seguramente no cambiarán mañana.

En segundo lugar, crear alternativas educativas para los rezagados, combinando experiencia, capacitación técnica, empoderamiento, liderazgo y habilidades socioemocionales. Básicamente, pedir peras al olmo.

Tercero, una estrategia de primer empleo que ofrezca espacios seguros para la capacitación y la experiencia laboral, un concepto tan novedoso como la rueda.

Cuarto, expandir los servicios públicos de cuidado: estancias infantiles, escuelas de tiempo completo, programas de rehabilitación. Porque nada fomenta más la independencia juvenil que depender de un Estado sobrecargado.

Finalmente, la joya de la corona: garantizar el cumplimiento de los derechos laborales para erradicar la informalidad, los salarios de hambre y la falta de contrato. Una idea tan revolucionaria y utópica que bien podría estar extraída de un manuscrito de ciencia ficción distópica, donde lo básico se propone como un triunfo inalcanzable.

RELACIONADOS

Ultimas Publicadas

Matamoros

¿QUÉ PASO AYER?

ANUNCIATE CON NOSOTROS

Scroll al inicio