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La farsa antimonopolio o cómo enterrar la independencia con aplausos

Un circo legislativo donde la “independencia” se esfuma entre gritos, insultos y una reforma que concentra más poder.

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En un acto de magia institucional digno de Houdini, el pleno de la Cámara de Diputados hizo desaparecer la Comisión Federal de Competencia (Cofece) para materializar, en su lugar, un títere con corbata: la Comisión Nacional Antimonopolios, ahora atada con alambre (y varios millones en presupuesto) a la Secretaría de Economía. Por arte de democracia participativa —léase: 302 votos a favor—, el Ejecutivo federal recibió el regalo navideño anticipado de nombrar, remover y zarandear a los comisionados, porque ¿qué mejor que combatir monopolios convirtiéndose en uno?

Los cambios, avalados entre gritos de “¡burros!” y lamentos por ex presidentes, incluyen joyas como: reducir consejeros (porque siete es un número muy anárquico), acortar sus periodos (nueve años son demasiada independencia) y eliminar el Órgano de Control (nada como investigarse a uno mismo). La cereza del pastel: las empresas estatales quedan exentas, porque estrategia nacional es sinónimo de “aquí no aplican las reglas”.

El debate, que más parecía una pelea de gallos con micrófonos, incluyó perlas como la petista Lilia Aguilar tildando de “estupideces” los argumentos opositores, mientras el PRI reviraba llamando “malandrín” al expresidente López Obrador. Ricardo Monreal, en su rol de niñera parlamentaria, pidió calma, pero el PAN ya había soltado la frase del día: “debate de fanáticos”. Ironías aparte, Laura Ballesteros (MC) resumió el esperpento: “Están creando un órgano decorativo”. ¿Decorativo? ¡Qué modestia! Es una maqueta de autoritarismo con sello de aprobación legislativa.

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Los defensores de la reforma, como el morenista Ramírez Cuéllar, juraron que la nueva comisión tendrá “fortaleza técnica” (aunque la técnica sea obedecer órdenes). Prometieron abaratar la telefonía y vigilar farmacéuticas, porque nada dice combate a monopolios como centralizar el poder en el mismo que otorga concesiones. Mientras, el T-MEC llora en un rincón: su cláusula de independencia anticorrupción fue sacrificada en el altar del proyecto nacional.

Así, entre multas más altas para los privados y inmunidad para los amigos del régimen, México avanza hacia un futuro donde la competencia será tan libre como un oso bailarín en una jaula. ¡Larga vida a la nueva santa inquisición económica!

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