La farsa de la independencia tecnológica entre México y EE.UU.

En un espectáculo de pantomima geopolítica que haría sonrojar a los amos del teatro del absurdo, los gobiernos de Estados Unidos y México han decidido, en un arrebato de originalidad pasmosa, que la solución a no depender de Asia es, precisamente, empezar a depender el uno del otro. Coordinados con las mismas corporaciones tecnológicas que durante décadas han deslocalizado la producción hacia Oriente, ahora proclaman a los cuatro vientos su nuevo y revolucionario plan: trasladar la servidumbre de un continente a otro, pero llamándolo “soberanía tecnológica”.

El honorable Mark Johnson, una suerte de virrey económico de la embajada estadounidense, declaró con la solemnidad de quien anuncia una cruzada que su administración “no tolerará” que naciones como China monopolicen el desarrollo. Traducción al lenguaje terrenal: no toleraremos que otros tengan el monopolio que nosotros anhelamos. La retórica de la “seguridad nacional” se despliega una vez más como cortina de humo para encubrir lo que realmente es: una pulseada por el dominio global de los microchips, esos diminutos cerebros de silicio que hoy rigen el mundo más que cualquier parlamento o palacio presidencial.

El magno evento, bautizado con la pomposidad burocrática de “Foro de Semiconductores México-Estados Unidos. Capítulo 5”, celebrado en el sanctasanctórum de la Secretaría de Economía, sirvió de escenario para esta comedia. Johnson aseguró, con una cara más dura que el acero templado, que buscan atraer la manufactura de “vuelta a casa”. Una frase entrañable, que evoca el calor del hogar, si se omite el pequeño detalle de que “casa” parece ser ahora todo el continente norteamericano, siempre y cuando el arquitecto y dueño de la llave siga siendo el mismo.

Mientras tanto, del lado mexicano, la respuesta no podía ser más predecible. Rafael Sánchez Loza, presidente de la Cámara Nacional de la Industria Electrónica, desveló con orgullo un plan maestro de 26 capítulos. ¡Veintiséis! Una epopeya literaria burocrática que promete fortalecer lo que siempre se ha dejado débil: el talento local, las universidades, la infraestructura. Suena maravilloso, hasta que uno recuerda que en el pasado los “planes maestros” han sido poco más que catálogos de buenas intenciones que se polvorizan al contacto con la realidad de la desinversión crónica.

El colmo del esperpento llega cuando se afirma que a México solo le falta “lo más sofisticado” de la industria: el desarrollo de la manufactura avanzada. Es como decir que a un escritor solo le falta escribir el libro para ser un bestseller. Se pide inversión, talento, energía… todo lo que se ha solicitado por décadas para otros sectores, con resultados más bien discretos. La verdad incómoda, que la sátira se atreve a señalar, es que esta alianza no es para dejar de depender, sino para cambiar de amo en la cadena global tecnológica, disfrazando de progreso lo que en el fondo es una nueva y mejorada versión del viejo colonialismo económico.

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