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La farsa plurinominal y el circo de la unidad inquebrantable

La comedia del poder se repite en un circo donde los malabares retóricos prometen que nadie se caerá del trapecio, por ahora.

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En un giro argumental que habría dejado pálido al mismísimo George Orwell, la Gran Sacerdotisa de la Cuarta Transformación y Guardiana Nacional de la Verdad Revolucionaria, Luisa María Alcalde, ha declarado, con una solemnidad digna de los oráculos más exquisitos, que es completamente impensable una ruptura con sus leales vasallos del Partido del Trabajo y el Partido Verde Ecologista. ¿La razón? Una mera discusión intrascendente sobre la abolición de los escaños plurinominales, esos puestos que, como por arte de magia burocrática, convierten a los derrotados en las urnas en victoriosos en el hemiciclo.

“No prevérome una fractura con nuestros hermanos verdes y laboristas”, profetizó la líder, probablemente mientras una paloma de la paz posaba en su hombro. “Yo concibo que ellos se adherirán y se están adhiriendo al coloquio; qué ventajas, qué desventajas y de qué modo puede hallarse un punto de equilibrio donde existan consensos”, expuso, en lo que parece ser el manual de supervivencia para coaliciones basadas en el principio de “te tolero si me obedeces”.

Desde un rincón de Guerrero, confió, con el optimismo de quien cree que el fuego no quema, en que hallarán los temas de concordia para perpetuar su santa alianza hasta las elecciones intermedias de 2027. Mientras tanto, señaló con dedo acusador al senador panista Ricardo Anaya, a quien tachó de prófugo, en una magistral lección de qué hacer cuando la defensa flaquea: atacar con un argumento ad hominem de manual.

Lanzó al auditorio una pregunta retórica que resonó con la fuerza de un trueno en un vaso de agua: “¿Deseamos proseguir con estas listas donde nosotros, como dirigentes, yo, designe quiénes serán los próximos diputados que, de los 500, 300 salgan a la calle, a suplicar el sufragio y los 200 emerjan de la lista de partidos?”. Una interrogante tan profunda que, por supuesto, solo puede ser respondida por los mismos que se benefician de ese sistema que ahora, súbitamente, huele a podrido.

Aseguró que existirá un debate público sobre los puntos de la reforma, el cual la oposición, esos aguafiestas profesionales, ya tacha de antidemocrático. ¡La audacia! Criticar una reforma electoral propuesta por quienes hoy ostentan todo el poder. Qué falta de fe en la benevolencia de los iluminados.

En un arrebato de visión geopolítica, afirmó que es crucial defender los proyectos que priorizan el bienestar popular ante el avance global de la derecha, una fuerza oscura y misteriosa que, al parecer, es la culpable de todo mal, desde la derrota de Evo Morales en Bolivia hasta probablemente la subida del precio del aguacate.

Y, en una joya de la doblethink orwelliana, sentenció: “En nuestro caso, concibo que la clave yace en diversos temas. Uno, en preservar la unidad de nuestro Movimiento. En comprender que más allá de las aspiraciones individuales, que son muy legítimas, muy por encima de nuestras ambiciones se encuentra la nación y se halla la transformación, y hay que resguardarla, en función del pueblo, no de nosotros”. Una frase tan cargada de altruismo que casi, casi, logra ocultar el sonido de las maquinarias partidistas triturando cualquier disidencia interna en nombre de esa misma “unidad”. Una obra maestra de la sátira involuntaria, donde la lucha por el poder se viste con el disfraz de la humildad revolucionaria.

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