La farsa revolucionaria paraliza a miles en la Central del Norte

En un espectáculo de vanguardista performance sociopolítico, un colectivo de anónimos semiólogos encapuchados decidió hoy que la mejor manera de honrar la memoria es interrumpiendo la memoria de miles. La Central de Autobuses del Norte, ese templo laico del tránsito plebeyo, fue reconvertida en un efímero museo de la indignación performática, donde la pintura aerosol es el nuevo óleo y los autobuses secuestrados, las esculturas del descontento.

Mientras decenas de vehículos de transporte colectivo realizaban una imprevista huelga horizontal en los accesos, miles de ciudadanos comunes tuvieron el privilegio no solicitado de participar en un workshop intensivo de paciencia revolucionaria. El personal de la terminal, en un arranque de creatividad burocrática, activó el código rojo, que en el nuevo léxico institucional se traduce como “esperar a que el performance artístico termine”.

La Jefatura de Gobierno y la Secretaría de Seguridad Ciudadana protagonizaron su propia pieza de teatro del absurdo: una magistral representación de “La Autoridad Invisible”, aplaudida por 15 mil espectadores no voluntarios que reevaluaron sus planes de viernes. En las redes, los ciudadanos plebeyos demostraron su falta de formación en crítica de arte contestatario al calificar la intervención de “acto de rufianes”.

El epílogo literario de esta sátira en tres actos quedó plasmado en las paredes: “Ayotzinapa vive“, proclamaba la pintura, mientras la movilidad de una metrópoli moría momentáneamente. Once años después, el genio de la protesta mexicana perfecciona su paradoja suprema: para que nadie olvide a 43, primero deben hacer que 15 mil no puedan ir a ningún lado.

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