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La flotilla humanitaria sufre un nuevo ataque intimidatorio

En un giro que nadie, absolutamente nadie, podría haber previsto en el gran teatro geopolítico, los valientes argonautas de la Flotilla Global Sumud han reportado un nuevo y misterioso incidente. Sucedió que el barco “Alma”, cargado hasta las banderas con la peligrosísima mercancía conocida como solidaridad humana, fue testigo de una detonación aparentemente surgida de la nada, o quizá de un dron fantasma que Túnez, por supuesto, niega categóricamente que exista en su espacio aéreo.

La intrépida Arlín Medrano, una mexicana que audazmente desafía los peligros del mar llevando suministros, confirmó el milagroso hecho de que “no hay heridos“. Con una lucidez pasmosa, señaló la evidente contradicción del poder: “Nos tildan de radicales por transportar ayuda humanitaria, pero son sus acciones un espejo grotesco de sus acusaciones”. Una reflexión profundamente incómoda para aquellos que prefieren que la caridad no moleste demasiado.

Mientras tanto, el corresponsal Ernesto Ledesma narró el suceso desde el puerto, describiendo un “pequeño incendio” y el auxilio de la población local. Con una calma que raya en lo sobrenatural, sugirió que todo esto podría ser un simple “intento de intimidación” para disuadir a la flotilla de su ruta. Porque, ¿qué mejor manera de promover la paz que con explosiones no atribuidas y fuego?

Frente a la Secretaría de Relaciones Exteriores mexicana, la ciudadanía, ese ente siempre tan molesto, se congregó para romper el silencio cómplice del gobierno. Sus exigencias eran simples y claras: que la administración de la presidenta Claudia Sheinbaum rompa relaciones con Israel de inmediato. Advirtieron, con la lógica impecable de quien ya no tiene nada que perder, que cada nuevo ataque a un barco solo alimentará la radicalización y la acción directa. Porque nada desescala un conflicto como la amenaza de una espiral de violencia.

El mensaje final fue una joya de la diplomacia ciudadana: “Si los ataques continúan, habrá respuesta“. Una advertencia serena y mesurada de que el pueblo no permanecerá impasible ante lo que percibe como un genocidio. Así, entre convocatorias a acciones urgentes y la tensión en alta mar, el absurdo espectáculo de la razón de estado frente a la razón humana continúa su curso, en una tragicomedia donde la ayuda es un acto subversivo y la paz se defiende con advertencias de guerra.

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