La frágil relación de seguridad entre México y Estados Unidos
La percepción de México como un socio fundamental para Estados Unidos se ha desvanecido, dejando al descubierto una realidad incómoda que expertos comienzan a develar. Leonardo Curzio Gutiérrez, investigador del Centro de Investigaciones Sobre América del Norte (CISAN) de la UNAM, sostiene con documentos y análisis que, durante las últimas dos décadas, la nación se ha debilitado estructuralmente. ¿La evidencia? Los escándalos de huachicoleo y la infiltración de asociaciones delictivas en las instituciones no son hechos aislados, sino síntomas de una degradación profunda.
La ironía, como señala Curzio, se hizo patente en la Asamblea General de la ONU. Mientras el presidente estadounidense, Donald Trump</strong, proclamaba haber reducido la migración irregular a “casi cero” gracias a sus políticas fronterizas, su retórica contrasta con la compleja red de factores que realmente impulsan estos flujos humanos. Esta declaración plantea una pregunta incisiva: ¿Se está construyendo una narrativa conveniente que oculta vulnerabilidades más profundas?
Alejandro Chanona Burguete, director de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, lleva la investigación un paso más allá. Su testimonio revela que en la mesa de la relación bilateral yacen temas críticos de seguridad nacional y defensa regional. Las interrogantes clave giran en torno a un dilema fundamental: ¿cooperación o unilateralismo? La respuesta parece inclinarse peligrosamente hacia lo segundo, evidenciado desde el primer día de la administración Trump con órdenes ejecutivas que redefinieron la política comercial y, de manera más alarmante, designaron a los cárteles mexicanos como organizaciones terroristas. Para Chanona, esto no es una mera etiqueta diplomática; es un asunto de seguridad nacional ante la expansión imparable de los grupos del crimen organizado.
Craig A. Deare, profesor del College of International Security Affairs, introduce un elemento histórico crucial que a menudo se pasa por alto. Sus investigaciones recuerdan la compleja historia de intervenciones estadounidenses en territorio mexicano, un lastre que ha marcado la diplomacia entre ambas naciones. Deare no duda en calificar el momento actual como una “tormenta perfecta”: un Trump reforzado frente a un México con notorias debilidades estructurales en los ámbitos político, económico y de justicia. La pregunta que flota en el ambiente es inevitable: ¿Hasta qué punto esta debilidad interna invita a una mayor injerencia externa?
La investigadora Yadira Gálvez Salvador ofrece una perspectiva geopolítica contundente: “Los países que comparten fronteras también comparten amenazas”. Esta premisa, simple en su formulación, es profunda en sus implicaciones. Conduce a una conclusión ineludible: la cooperación binacional no es una opción, sino una necesidad de supervivencia. En este mismo sentido, la doctora en Ciencias Políticas argumenta que México, dentro de este complejo escenario, tiene una oportunidad oculta. La urgencia de Estados Unidos por combatir el narcotráfico podría ser el catalizador para que el país deje de ser reactivo y establezca marcos estratégicos que sirvan a sus propios intereses en una relación que, si bien es asimétrica, es indispensable para ambos.
Finalmente, el testimonio de Guadalupe Correa-Cabrera, profesora de la Universidad George Mason, conecta todos los puntos. Su análisis revela que la vinculación bilateral trasciende con creces los temas de seguridad y defensa. Temas como los aranceles y, sobre todo, el fenómeno migratorio, son utilizados como herramientas de presión. Pero la revelación más significativa es cómo esta dinámica se ve envenenada por una narrativa emergente: la del narcoterrorismo. Esta etiqueta, según Correa-Cabrera, oscurece la realidad y aumenta la presión sobre un México ya de por sí constreñido por las cadenas de suministro globales y una profunda interdependencia económica.
La investigación concluye con una perspectiva reveladora: la relación México-Estados Unidos ya no se define por la cooperación mutua, sino por la gestión conjunta de vulnerabilidades y amenazas compartidas. La verdad oculta es que la fortaleza de uno depende, paradójicamente, de la capacidad del otro para contener sus propias debilidades.