En un alarde de creatividad legislativa que haría palidecer al mismísimo Jonathan Swift, el Gran Coordinador de la Cámara Baja, Ricardo Monreal, ha anunciado con solemnidad tres modificaciones trascendentales a la sagrada Ley de Ingresos. No son simples cambios, ¡son reservas! Un vocablo mágico que en el circo parlamentario significa “vamos a arreglar sobre la marcha lo que no quisimos arreglar antes”.
Los tres pilares de esta monumental reforma son tan etéreos como promesas de campaña: los créditos incobrables (dinero que prestamos sabiendo que no volverá), el fascinante universo de las afianzadoras y aseguradoras, y unos misteriosos “procedimientos generales” que, sin duda, contendrán la solución a todos los males de la República, si es que alguien logra encontrarlos en el laberinto de la letra chica.
Pero el verdadero prodigio de prestidigitación fiscal es la autorización para que nuestra Presidenta contraiga un endeudamiento de proporciones épicas: 1 billón 780 mil millones de pesos internos y 15 mil 500 millones de dólares externos. Una cifra tan colosal que sólo es superada por la creatividad de nuestros burócratas para inventar nuevos eufemismos que disfracen la realidad. Se financiará el Presupuesto de Egresos y, cómo no, se refinanciarán las obligaciones del sector público. O lo que es lo mismo: usaremos deuda nueva para pagar deuda vieja, en un eterno y virtuoso ciclo de autofelicitación contable.
El Cuento de los Impuestos Saludables: Una Fábula Moral para Nuestro Tiempo
En el capítulo más hilarante de esta tragicomia presupuestal, nos topamos con los milagrosos “impuestos saludables“. Esos tributos a refrescos azucarados y cigarros que, nos juran y perjuran, están diseñados para salvarnos de nosotros mismos. El diputado Monreal, con la cara más seria que puede poner un hombre anunciando una fantasía, declara que se harán “recomendaciones” para que lo recaudado, unos 230 mil millones de pesos, vaya al Sector Salud.
¡Recomendaciones! He aquí la palabra clave en este nuevo dialecto burocrático. No son asignaciones, ni etiquetados, ni compromisos irrevocables. Son… sugerencias amistosas. Como recomendarle a un niño que se coma sus verduras, sabiendo perfectamente que las escupirá en cuanto volteen la mirada.
El propio oráculo lo confiesa con una sinceridad que corta el aliento: “técnicamente tiene que irse a un fondo general y de ahí distribuirse”. Traducción para el ciudadano de a pie: el dinero de su vicio, gravado en nombre de su salud, se perderá en el agujero negro del erario, donde se mezclará con todos los demás recursos para luego ser repartido según los designios inescrutables de la Alta Tecnocracia. Es como si Robin Hood le quitara a los pobres enfermos para darle a… bueno, a los mismos de siempre.
Mientras, el presupuesto de salud recibe un “aumento sustancial” que, por supuesto, no guarda relación contractual alguna con los famosos impuestos. Es el viejo truco del tresillo: prometes una cosa, haces otra, y celebras los resultados de lo segundo como si cumplieras lo primero. Una obra de teatro donde los impuestos saludables son el actor invitado que anuncia en el programa, pero que nunca aparece en escena.