La guerra silenciada contra una familia en Morelos

La guerra silenciada contra una familia en Morelos

La guerra silenciada contra una familia en Morelos

Imagen referencial del lugar de los hechos.

¿Qué sucede cuando la violencia no es un evento aislado, sino una estrategia metódica de eliminación? El paramédico Erick Mancilla, hijo del exfuncionario municipal de Huitzilac asesinado meses atrás, fue ultimado a tiros en la colonia Cantarranas, Cuernavaca. Este no es un crimen común; es el tercer capítulo letal en una narrativa de exterminio documentada en menos de un año contra el linaje Mancilla. No estamos ante balas perdidas, sino ante un blanco perfectamente definido.

El escenario de un ataque calculado

El ataque, registrado alrededor de las 14:00 horas en la avenida Atlacomulco, cerca de la Secretaría de Desarrollo Agropecuario de Morelos, fue una operación audaz. Las múltiples detonaciones alertaron a los residentes, movilizando a las fuerzas de seguridad pública. Encontraron al socorrista tendido en la vía pública con lesiones por proyectil de arma de fuego incompatibles con la vida. El personal de emergencias médicas solo pudo confirmar su deceso.

La escena, acordonada para las indagatorias de la Fiscalía, hablaba de precisión y potencia: once vainillas percutidas y un cargador abandonados, evidencias de un ataque de alto poder. La Fiscalía General del Estado (FGE) no ha informado de aprehensiones ni ha esclarecido las vertientes de investigación, un silencio que alimenta la zozobra y la impunidad.

Deconstruyendo el patrón: ¿Extinción o mensaje?

La muerte de Erick Mancilla encaja en un macabro patrón de agresiones contra su familia. En abril de 2025, su progenitor, Alejandro Mancilla Cueto, exsecretario municipal de Huitzilac, fue ejecutado frente a la alcaldía. Un mes después, en mayo, José Luis Mancilla Cueto, exdirigente de Bienes Comunales y tío de la víctima, cayó abatido en la carretera federal México-Cuernavaca.

Este no es un ciclo de venganza tribal; es una arquitectura del terror. Imaginemos, por un momento, un enfoque disruptivo: ¿Y si estas muertes no buscan solo eliminar individuos, sino borrar un código genético de resistencia? ¿O si son el síntoma de una metástasis del crimen organizado que ya no se contenta con territorios, sino que busca controlar el ADN social y político de una comunidad? La solución convencional es más policía. La solución lateral sería proteger ecosistemas familiares completos, aplicar inteligencia predictiva sobre patrones de victimización y, sobre todo, romper el pacto de silencio que permite que esta ingeniería del miedo se replique. La familia Mancilla no es una estadística; es un campo de batalla donde se define el futuro de la seguridad comunitaria.

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