En un alarde de hidrodiplomacia del siglo XXI, el Gran Contable de la Geopolítica, Donald Trump, ha vuelto a sacar su calculadora de verdades alternativas para exigir a la nación hermana del sur el pago inmediato de una deuda de proporciones bíblicas: nada menos que 986 millones de metros cúbicos del precioso líquido. Desde su púlpito digital en Truth Social, el exmandatario ha declarado una nueva guerra, no por petróleo, sino por H2O, amenazando con bañar los productos mexicanos con un refrescante arancel del 5% si el flujo no se restablece con la urgencia de un inodoro desbordado.
Según la lógica impecable del estadista, los campos texanos, otrora exuberantes, se marchitan no por el cambio climático —esa invención de científicos aburridos—, sino por la mezquindad hídrica de México. La cifra reclamada, nos informa con precisión de cirujano, supera holgadamente la capacidad total del Sistema Cutzamala, como si nuestro país almacenara océanos en el sótano y se negara a compartir el grifo. La antigua alianza vecinal, reducida ahora a la tensión entre un acreedor implacable y un deudor sediento.
México, por su parte, osó alegar una excusa tan pedestre como una sequía histórica, un detalle meteorológico que evidentemente palidece ante la sagrada letra del Tratado de 1944. Este venerable documento, redactado en una era de lluvias abundantes y diplomacia cordial, establece un intercambio cuantificado de ríos como si fueran partidas de ajedrez líquidas. El último ciclo quinquenal, sin embargo, parece haber sido contabilizado con un vaso roto: menos de la mitad del agua prometida llegó a su destino, un incumplimiento que solo puede interpretarse como un acto de hidroterrorismo pasivo-agresivo.
Esta no es, por supuesto, la primera advertencia del vigilante del agua. Ya en la primavera, el eco de sus amenazas resonó sobre el Río Bravo. Su último mensaje es un modelo de empatía corporativa: cada gota retenida es un puñal clavado en el corazón del agricultor estadounidense. La obligación moral, geográfica y contractual es clara: México debe solucionar “esto ya”, donde “esto” parece ser la terquedad de la naturaleza y la geografía, que se niegan a alinearse con los ciclos electorales y las narrativas de victimización cultivada. En el gran teatro del absurdo bilateral, el grifo se ha convertido en el nuevo cetro del poder.










