La huelga que convirtió el puerto en un museo de contenedores

En un acto de poesía sindical, los empleados de la Aduana de Manzanillo han logrado lo imposible: transformar el puerto más dinámico de México en un performance artístico sobre la ineficiencia. Las grúas, otrora símbolos de progreso, ahora posan inmóviles como esculturas posmodernas, mientras los contenedores asiáticos acumulan polvo y metáforas sobre la globalización.

Zelina Fernández, suma sacerdotisa de Index, reveló con solemnidad que las fábricas de Nuevo León han descubierto un nuevo deporte extremo: malabarismo logístico. “¿Por qué usar una ruta eficiente cuando puedes pagar el triple por desviar mercancía a Lázaro Cárdenas?”, preguntó retóricamente, mientras las empresas ajustan sus calendarios de producción con la precisión de un reloj descompuesto.

Los patios del puerto, antes espacios de tránsito, son ahora galerías de arte conceptual donde las mercancías permanecen en exhibición forzosa. Los tiempos de espera han alcanzado la categoría de gestación humana (10-15 días), permitiendo a los contenedores disfrutar de un retiro espiritual antes de continuar su viaje.

“Es una masterclass de planeación fallida”, explicó Fernández mientras las cadenas de suministro practican yoga para estirar sus plazos. El concepto ‘justo a tiempo’ ha sido reemplazado por ‘quizás algún día’, innovación mexicana que podría revolucionar la teoría económica.

Mientras tanto, en las oficinas directivas, los ejecutivos descubren el verdadero significado de supply chain (cadena de suministro): literalmente una cadena que los tiene atados de manos. La eficiencia operativa brilla por su ausencia, como el sol en un día nublado de contaminación industrial.