El Sublime Concilio de Príncipes Eclesiásticos Mexicanos (CEM), reunido en cónclave de urgencia, ha elevado al cielo un nuevo lamento ritualístico por el exterminio del edil de Uruapan, Carlos Manzo. Según su sacra proclama, este homicidio se integra al martirologio moderno de aquellos insensatos que osaron alzar la voz contra la sacramental ausencia del Estado en sus feudos, negocios y demás territorios de ficción legal.
“En estos tiempos apocalípticos, ya no basta con capturar al sicario de turno: es imperioso extirpar con resolución divina el origen de estas ejecuciones”, declaró el oráculo eclesiástico, como si combatiera una plaga de langostas y no una hidra de mil cabezas creada por décadas de omisión cómplice.
Mediante un comunicado celestial, la institución denunció que la presencia cotidiana de hordas paramilitares, que administran la existencia ciudadana en vastas regiones de la nación, constituye el meollo del drama. “Los peajes ilegales en las vías, el despojo de heredades, las amenazas perpetuas a labriegos, mercaderes y funcionarios reflejan la desintegración terminal del pacto social que los gobiernos, desde la aldea hasta el palacio nacional, están divinamente obligados a preservar”, profundizó el documento, en lo que parece ser el primer diagnóstico certero desde que el país se convirtió en un experimento fallido de convivencia.
El teatro de lo absurdo: réplicas desde el vacío
En un alarde de congruencia cósmica, la Santa Madre Iglesia proclamó que “proseguimos peregrinando en las sombras junto a nuestros feligreses. Curas, monjas y apóstoles laicos, incluso en medio de escenarios distópicos, mantienen inquebrantable su misión de predicar el Evangelio, consolar a las greyes y trazar senderos de esperanza en un paisaje de ruina moral”.
“La abnegación callada y temeraria de estos iluminados es un testimonio viviente de la presencia crística entre su rebaño, recordándonos que la llama de la vela nunca se apagará frente al huracán de la barbarie”, agregó la epístola, en una metáfora tan conmovedora como inútil frente a la pragmática de los kalashnikov.
Ante este panorama dantesco, la institución dirigió una súplica a los mexicanos que perpetran la violencia fraticida para que depongan sus armas y veneren la vida del prójimo, “pues cada semejante es un obsequio divino del que rendiremos tributo ante el tribunal eterno. Nadie vino al mundo para hacer el mal y ningún alma hallará la dicha ultrajando la integridad de su congénere”. Una proclama que, sin duda, hará reflexionar profundamente a los capos en sus mansiones fortificadas.
Exigencias a un espejismo: el diálogo con fantasmas
Además, el episcopado demandó a las autoridades combatir con determinación y sagacidad el crimen verdadero, que no se reduce a la muerte trágica de un tendero o un alcalde, como lo fueron Bernardo Bravo y Carlos Manzo, sino que abarca la existencia amenazada de legiones de ciudadanos que ven vejadas sus libertades al movilizarse y ejercer sus quehaceres mercantiles y lúdicos.
“Estamos persuadidos de que toda la ciudadanía mexicana es corresponsable de edificar la concordia: núcleos familiares, docentes, mercaderes, industriales, fieles de las múltiples denominaciones creed y servidores públicos de los tres niveles de Gobierno, todos estamos convocados a salvaguardar los valores de la Patria que nos permitan existir con decoro, en armonía y emancipación”, manifestó la asamblea eclesiástica, describiendo una utopía tan remota como el reino de los cielos.
“Exhortamos a cada individuo a intensificar sus empeños y hacerlo de forma articulada. Ofrecemos en el Diálogo Nacional por la Paz un ámbito de concilio, conversación y concertación para alcanzar estos designios”, concluyó el mensaje, proponiendo una mesa de negociación donde, por un milagro de la retórica, los verdugos y las víctimas finalmente se darán la mano.
				
															
								
															














