La impunidad pactada siembra terror en la Mixteca

La impunidad pactada siembra terror en la Mixteca

En el bucólico paraje del Cerro del Águila, cerca del eterno reposo que ofrece el camposanto de Concepción Carrizal, la maquinaria del horror volvió a ponerse en marcha con puntualidad burocrática. A las 5:53 de la tarde, como si se tratara de un horario de oficina, los sicarios de la impunidad cumplieron su cuota semanal en la carretera local 15.

Los elegidos para el sacrificio ritual fueron Alfredo Martínez González y Francisca García Martínez, cuyos nombres se unen al martirologio triqui que ya supera la veintena de almas en el último lustro. El cortejo fúnebre incluyó a tres damnificadas más: Rafaela Flores Guzmán, Marcelina Martínez Bautista y Paulina Celestino, quienes tuvieron la desdicha de viajar en la camioneta estaquitas que servía de blanco móvil. Los testigos mencionan, como detalle pintoresco, que en el vehículo también se transportaban infantes, esos futuros clientes del trauma colectivo.

El Movimiento de Unificación y Lucha Triqui, en un arrebato de ingenuidad, exige lo que en estas latitudes suena a fantasía literaria: justicia efectiva, investigación veraz y -atención- la detención de los responsables. Su osadía llega al extremo de nombrar a los arquitectos del caos: el clan Ortiz y sus acólitos, quienes operan bajo el paraguas protector del singular “pacto de impunidad” entre el poder formal y el poder factual.

Resulta conmovedor contemplar cómo estas almas crédulas todavía creen en esa quimera llamada Estado de Derecho. Mientras, los caciques paramilitares continúan su obra civilizatoria: convertir la Mixteca en un laboratorio de violencia donde la vida humana vale menos que un cartucho gastado.

La respuesta del MULTI raya en lo patéticamente predecible: prometen marchas, plantones y boicots a la impunidad, como si la muerte pudiera ser derrotada con pancartas. Declaran estar “heridos y rebeldes, con el corazón en la mano y la rabia prendida”, una pose romántica que contrasta con la banalidad del mal que enfrentan. Mientras ellos encienden velas de la memoria, los otros apagan vidas con balas.

En este teatro del absurdo donde las víctimas deben suplicar por lo que la Constitución promete, solo queda claro que en la Mixteca mexicana se ha perfeccionado el arte de matar sin consecuencias. Los muertos se acumulan, los heridos sangran y la justicia sigue siendo esa amante esquiva que nunca llega a la cita.

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