La indignación selectiva ante el acoso callejero
En un giro tragicómico que Jonathan Swift hubiera admirado, la Secretaría de Gobernación ha descubierto súbitamente que el acoso sexual existe. La revelación cósmica ocurrió cuando un plebeyo anónimo cometió el sacrilegio de molestar a la Suma Sacerdotisa del Ejecutivo federal, Claudia Sheinbaum Pardo, durante su peregrinaje por el Centro de la Ciudad de México.
La magnánima Rosa Icela Rodríguez, titular de la dependencia que tradicionalmente se ocupa de asuntos ligeramente más triviales como la seguridad nacional, ha elevado el tono de su indignación a niveles estratosféricos. “Como mujer y secretaria de Gobernación”, declaró con la solemnidad de quien descubre el agua tibia, “expreso mi indignación por este hecho reprobable”. La frase, que millones de mujeres mexicanas repiten cada día sin micrófonos que las amplifiquen, adquiere un matiz divino cuando proviene de los salones del poder.
En un manifiesto revolucionario publicado mediante ese moderno púlpito llamado redes sociales, Rodríguez proclamó: “Ninguna mujer debe vivir con miedo”. La ironía, esa dama de compañía de la sátira, no podía estar más presente: la misma institución que no logra garantizar seguridad básica en el transporte público ahora se escandaliza selectivamente cuando la víctima pertenece al Olimpo gubernamental.
Las consecuencias de descubrir América
Este episodio ha generado lo que los burócratas llaman “debate”, ese ritual donde se discute lo evidente hasta que deja de trending topic. La seguridad femenina, ese concepto abstracto que millones conocen demasiado bien, repentinamente se volvió tangible cuando tocó a las puertas de Los Pinos. La urgencia de implementar medidas efectivas, esa eterna promesa que duerme en documentos oficiales, despertó brevemente del letargo cuando la agraviada tenía nombre y apellido presidencial.
Mientras tanto, en ese país paralelo llamado México real, las mujeres comunes siguen calculando rutas, cruzando calles y conteniendo la respiración. Su indignación, a diferencia de la versión institucional, no requiere ruedas de prensa ni comunicados: les basta el espejo cada mañana y el miedo familiar que acompaña sus pasos.



















