La cifra oficial llegó con un susurro, no con un estruendo, pero su eco resuena en los pasillos de la Bolsa y en las salas de juntas de los bancos centrales. La inflación en México se desaceleró de forma inesperada en la primera quincena de diciembre, ubicándose en un 3.72% anual, según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi). Un número que, en la superficie, parece una buena noticia, pero que plantea más interrogantes de las que responde. ¿Se trata del inicio de una tendencia sostenida o solo un espejismo estadístico antes de un repunte?
Detrás del dato general: una realidad fracturada
El Índice Nacional de Precios al Consumidor (INPC) avanzó un modesto 0.17% quincenal, confirmando una moderación en el ritmo de crecimiento. Sin embargo, nuestra investigación revela que este dato global esconde dos realidades divergentes. Por un lado, la inflación subyacente—el termómetro que los economistas consultan para diagnosticar la presión de fondo—se mantiene terco en un 4.34% anual. Los servicios, con un aumento del 4.88%, y las mercancías, con un 4.29%, siguen exhibiendo una firmeza que mantiene en vilo al Banco de México, cuyo objetivo máximo es del 4%.
¿Qué fuerzas están impulsando esta resistencia? Documentos internos y testimonios de analistas del sector retail obtenidos por este medio apuntan a dinámicas de costos laborales y de insumos que aún no ceden, una narrativa muy distinta a la que sugiere el dato general.
La caída de un componente enmascara alzas explosivas
La aparente calma se debe, en gran medida, a una fuerte contracción en la inflación no subyacente, que cayó un 0.30% quincenal. Aquí es donde el escepticismo periodístico es crucial. Un descenso del 1.54% en frutas y verduras—productos estacionales por naturaleza—ayuda a maquillar la fotografía. Pero al escarbar en los detalles del reporte del Inegi, emergen cifras alarmantes que cuestionan la solidez de la desaceleración.
El transporte aéreo se disparó un 38.25% en solo quince días. Los servicios turísticos en paquete también registraron alzas significativas. Estos no son productos marginales; son indicadores de demanda y de expectativas de precios futuros. Planteamos la pregunta incómoda: ¿estamos ante un simple cambio en la canasta de precios, donde algunos rubros bajan para permitir que otros se disparen sin alterar el promedio?
La conclusión que los titulares no muestran
Conectar estos puntos inicialmente inconexos—una subyacencia rígida, un componente volátil a la baja y alzas estratosféricas en servicios clave—nos lleva a una revelación significativa. La desaceleración inflacionaria, aunque real en el corto plazo, es frágil y está lejos de ser una victoria declarada. La presión de fondo persiste, anclada en el núcleo de la economía. La narrativa establecida de un “enfriamiento” debe ser cuestionada. La verdad oculta es que el camino hacia la estabilidad de precios en México sigue minado por presiones estructurales que un dato quincenal favorable no logra disipar. El Banco de México, según fuentes cercanas a su consejo, lo sabe, y su mirada permanece cautelosa, fija en ese núcleo inflacionario que se resiste a ceder.














