En un espectáculo de prestidigitación económica que dejaría pálido al más hábil mago, el sagrado Índice de Precios al Consumidor ha descendido ceremonialmente a un místico 3.57%, provocando euforia entre los sumos sacerdotes de las finanzas que habitan sus templos de cristal.
Mientras las cifras generales se postran obedientemente ante el altar del progreso económico, la inflación subyacente —esa rebelde criatura que se niega a seguir el guión oficial— permanece encaramada en el incómodo 4.28%, donde ha establecido su residencia permanente durante seis lunas consecutivas.
El teatro estadístico de la economía moderna
El oráculo de Servicios Financieros del Gran Grupo Coppel ha hablado: los precios de los energéticos y los productos del campo han decidido tomar unas vacaciones, permitiendo que la inflación no subyacente descienda a un decoroso 1.18%. Mientras tanto, en el mundo real, los servicios —esa arrogante aristocracia de la economía— continúan su imparable ascenso, particularmente aquellos relacionados con el ocio y el turismo, como si los ciudadanos comunes tuvieran la más mínima posibilidad de darse tales lujos.
La gran farsa de los incrementos salariales
En un giro tragicómico digno del mejor teatro del absurdo, los aumentos remunerativos —esa limosna que los poderosos otorgan a sus siervos— son ahora señalados como verdugos de la estabilidad de precios. Los mismos salarios que no alcanzan para llegar a fin de mes son acusados de mantener alta la inflación subyacente, completando así el círculo virtuoso de la lógica económica contemporánea: ganas más, por tanto eres más culpable de tu propia miseria.
El Banco de México, ese vigilante nocturno que sueña con tasas de interés estratosféricas, observa con beneplácito cómo los números bailan al compás de sus pronósticos, mientras la ciudadanía debe realizar cálculos cada vez más creativos para determinar si hoy puede permitirse el lujo de comprar un aguacate o si deberá conformarse con la memoria de su sabor.
Así, en este reino de espejismos estadísticos, celebramos que la inflación haya bajado para todos aquellos que viven dentro de las planillas de Excel, aunque siga subiendo implacable para quienes habitamos el prosaico mundo de los supermercados y las recetas de fin de mes.
















