La justa batalla de los enanos contra los gigantes voraces

La justa batalla de los enanos contra los gigantes voraces

En un acto de conmovedora ingenuidad, digno de una fábula distópica, los cincuenta y ocho enanos de la política mexicana —también conocidos como partidos políticos locales— se presentaron ante el gran coloso, el Instituto Nacional Electoral (INE), para suplicar, con un decálogo de peticiones, que se considere poner un bozal a los partidos nacionales, esas bestias insaciables que devoran el doble financiamiento con la elegancia de un tiburón en una piscina de sardinas.

Su propuesta central, un monumento al esperpento burocrático, es la creación de una coalición mixta. Una suerte de liga de la justicia municipal que les permitiría, en teoría, desafiar a los titanes sin tener que fusionarse, como si un ejército de hormigas se uniera con cinta adhesiva para hacerle frente a una apisonadora.

Pero el meollo de su súplica, el grito desgarrador que surge desde las profundidades de su insignificancia presupuestaria, es la eliminación del doble financiamiento. Mientras los gigantes reciben maná del cielo federal y de la tierra local, los enanos deben conformarse con migajas y la esperanza de que, tal vez, sus votos en Ayuntamientos cuenten para algo más que para llenar actas de cabildo. Proponen, con una lógica que raya en lo revolucionario, que si obtienen representación, reciban dinero. Una idea tan radical que seguramente sacudirá los cimientos del Olimpo político.

Su lista de deseos incluye otras joyas de la equidad: un asiento en el Consejo General del INE —una silla en la mesa de los dioses donde solo pueden mirar—, que las multas no sean meras propinas para los grandes y, por supuesto, más tiempo en la radio y la televisión, ese espacio etéreo donde se forjan los sueños y las pesadillas electorales.

La consejera presidenta, Guadalupe Taddei, con la serenidad de una oráculo, señaló que estas propuestas permitirán una “visión integral” en el diálogo con la reforma presidencial. Traducción: “Tomamos nota de su existencia, criaturas menores”.

Mientras, Evaristo Lenin Pérez, de Unidad Democrática de Coahuila, clamó por tener voz en las sesiones donde se discute su destino. “Tenemos las mismas obligaciones, pero no tenemos los mismos derechos“, declaró, pronunciando una verdad tan obvia y dolorosa que casi pasa desapercibida entre la retórica institucional.

Luis Vargas, de Fuerza por México, insistió en la desventaja que supone la “doble prerrogativa” de los gigantes. “Queremos equidad“, afirmó, como si pidiera que a David le dieran una honda del mismo tamaño que la espada de Goliat.

Finalmente, la consejera Dania Ravel, tocando el punto más delicado con guantes de seda, sugirió que, “desde un punto de vista de austeridad“, tal vez los gigantes no necesiten dos banquetes. “Es un dinero que las autoridades electorales no tocamos“, aclaró, como para deslindarse de cualquier responsabilidad sobre el festín, “pero que… parece que se está pidiendo mucho“. Y en esa última frase, en ese “parece”, se condensa toda la esencia de un sistema que normaliza el privilegio y llama “avaricia” a la simple petición de un plato de comida.

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