La Justa Medianía y el Arte de Gobernar entre Mármoles y Consignas

Un Sermón desde el Olimpo de la Virtud

Desde su púlpito erigido en el sagrado Zócalo, ante una marea de fieles que superaba, según los cálculos más mesurados, los habitantes de varias repúblicas bananeras, la Suma Pontífice de la Austeridad, Claudia Sheinbaum Pardo, lanzó un dardo envenenado contra el pecado capital de la Cuarta Transformación: el lujo. ¡Vivir rodeado de privilegios! ¡Qué idea tan peregrina y ajena al espíritu de este movimiento, cuyo humilde origen se remonta a los austerísimos salones de Los Pinos y a las sobrias caravanas en avión presidencial!

Con la solemnidad de quien descubre el agua tibia, la jefa del Ejecutivo federal proclamó que los funcionarios no están por encima del pueblo, sino a su servicio. Una revelación estremecedora para aquel ciudadano que, haciendo cola para el agua o esquivando baches, siempre había creído que sus servidores públicos viajaban en caravanas blindadas y habitaban mansiones por pura modestia, para no avergonzar al vulgo con su exceso de sencillez.

“La Austeridad Republicana“, vociferó la mandataria, “significa reducir los privilegios y destinar los recursos públicos para beneficio del pueblo.”

He aquí la doctrina sublime: en una nación donde el salario mínimo es una entelequia matemática que lucha por cubrir la existencia más básica, es moral, ética y políticamente indefendible que la casta gobernante —perdón, los servidores— vivan entre mármoles y séquitos. A menos, claro está, que dichos lujos sean estrictamente necesarios para meditar, con la profundidad que requiere, sobre los principios juaristas desde una terraza con vista panorámica.

La Metafísica de la Medianía en la Era de la Opulencia Discreta

¿Y qué dijo la oráculo sobre esta austeridad republicana? Que la 4T nació como ruptura con el viejo régimen y su forma de gobernar. Una ruptura tan limpia y definitiva como la que hay entre un cóctel en la azotea y un discurso en la plaza. Se trata, nos explicó, de construir una nueva ética desde el poder. Una donde el servidor público comprenda que gobernar no es para tener privilegios, sino una “responsabilidad profundamente humana”. Responsabilidad que, por pura humildad, a veces exige helicóptero.

El faro en esta travesía por el mar de las tentaciones es el principio juarista de ‘la justa medianía’. El benemérito Benito Juárez, ese hombre de leyenda que gobernó entre intervenciones extranjeras y deudas monumentales, enseñó con su ejemplo a vivir con decoro. Es decir, sin excesos visibles. La clave está en la mesura: el poder no se ostenta, se ejerce con humildad. Preferiblemente desde un vehículo blindado y con guardias personales que susurren “pueblo” al oído.

La verdadera Transformación, sentenció, es también ética y moral. Para que perdure, debe nacer del carácter y la honestidad de sus conductores. Un carácter forjado en la lucha… por mantener un discurso coherente mientras se administra un país donde la virtud republicana y la cuenta bancaria a veces emprenden caminos misteriosamente divergentes. En este gran teatro de la política, el acto final siempre es el mismo: una oda a la medianía, pronunciada desde las alturas.

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