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La justicia catea un taller mientras el crimen pasea en limusina

La justicia avanza a paso de tortuga burocrática mientras el crimen opera a velocidad de fórmula uno.

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En un giro de acontecimientos que sin duda conmocionará al mundo del hampa, la Fiscalía del Estado ha logrado una victoria sin precedentes: catear un taller mecánico. Sí, han leído bien. Mientras los señores del crimen organizado probablemente se ríen desde sus yates, nuestras valientes instituciones han puesto su mirada en un establecimiento de cambio de aceite y afinaciones.

La dependencia, con la solemnidad de quien anuncia el descubrimiento de la penicilina, informó que los restos mortales de las cuatro víctimas (un hombre, una mujer y dos niños) fueron “ya” entregados a sus familiares. Qué eficiencia más conmovedora: solo tardaron varios días en devolver los cadáveres de una familia exterminada.

El comunicado oficial, redactado con la precisión burocrática que caracteriza a estas épicas batallas contra la impunidad, señala que las víctimas eran originarias de Michoacán, donde el padre “presuntamente” se dedicaba a la compra-venta de vehículos. ¡Qué casualidad! Justo el mismo estado donde los cárteles han diversificado sus negocios hacia actividades tan inocuas como el aguacate, los limones y el tráfico de influencias.

El clímax de esta operación de alto impacto: presumir que en ese taller mecánico estuvo la camioneta donde fueron encontradas las víctimas. No lo saben, lo presumen. Mientras tanto, los verdaderos responsables probablemente ya están operando desde otro estado, con nuevas identidades y contabilizando sus ganancias.

En el grandioso teatro de la justicia contemporánea, el cateo de un taller mecánico es el equivalente a declarar victoria porque encontraron el cuchillo del crimen… pero el asesino sigue suelto, armado con un arsenal y con planes de expansión internacional.

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