Nacional
La justicia negocia con los señores del crimen organizado
La justicia de EE.UU. teje pactos con los capos más sanguinarios, cambiando cadenas perpetuas por confesiones convenientes.

El Teatro de la Justicia: Una Farsa en Dos Actos
En un sublime giro de los acontecimientos que sólo la maquinaria judicial contemporánea puede ofrecer, el señor Erick Valencia Salazar, alias “El 85“, no contento con su legado de sanguinario cofundador del CJNG, ha decidido explorar una nueva vocación: la de colaborador de la justicia. Sí, el mismo individuo cuyo nombre sinónimo de terror ahora negocia con la fiscalía estadounidense un acuerdo de cooperación, porque nada dice “justicia” como un trueque entre crímenes atroces y confesiones convenientes.
Sus abogados, los emisarios de esta transacción moral, declaran con una solemnidad que roza lo cómico que las partes negocian “de buena fe”. Una fe, sin duda, tan firme como la que tendría un escorpión al dar su palabra a una rana. El juez James E. Boasberg, en un acto de paciencia burocrática, ha aplazado amablemente la audiencia para dar tiempo a que se ultimen los detalles de este pacto faustiano.
Pero el espectáculo no termina ahí. En el otro extremo del circo judicial, el septuagenario Ismael “El Mayo” Zambada, otro titiritero del narcotráfico y exlíder del cártel de Sinaloa, se prepara para su propia conversión teatral. Tras décadas de presidir una empresa criminal que inundó Estados Unidos de estupefacientes y cadáveres, el hombre acusado de ordenar torturas y asesinatos (incluido el de su propio sobrino) se dispone a declararse culpable. Todo ello, por supuesto, después de que la secretaria de Justicia haya magnánimamente descartado la pena capital para este patriarca del crimen.
Parece que estamos ante una nueva modalidad de retiro dorado: en lugar de playas privadas, los capos eligen los tribunales federales para disfrutar de sus años crepusculares. El mismo juez Brian M. Cogan que envió a “El Chapo” a una prisión perpetua ahora supervisa cómo su socio se acoge a un régimen de culpabilidad selectiva. Los fiscales, por su parte, canjean penas ejemplares por datos jugosos que alimenten la ilusión de que la guerra contra el narcotráfico se gana en los pasillos de los juzgados y no en los campos de batalla reales.
Así, la justicia estadounidense nos regala una alegoría perfecta de nuestro tiempo: un sistema que, incapaz de erradicar el monstruo, decide sentarse a negociar con él, le ofrece un trato y, de paso, le perdona la vida. Porque en el gran bazar de la ley, hasta la sanguijuela más voraz puede convertirse en un testigo valioso, siempre y cuando su testimonio no perturbe demasiado el teatro de la impunidad.

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