Nacional
La Justicia Popular y el Circo de los Milagros Judiciales
La justicia mexicana se reinventa en un espectáculo de circo político sin precedentes, donde los jueces salen de las urnas.

En un alarde de clarividencia política que hubiera dejado pálido al mismo Nostradamus, nuestra Ilustrísima Presidenta Claudia Sheinbaum Pardo ha decretado el fin de la prehistoria judicial. A partir del primer día del mes de septiembre, como por arte de magia revolucionaria, los hongos de la corrupción, el nepotismo y los privilegios oligárquicos que infestaban el Poder Judicial serán erradicados con el simple y milagroso expediente de que los jueces, magistrados y ministros sean elegidos por sufragio universal.
¡Oh, glorioso día en que las masas, en su infinita sabiduría colectiva, decidirán entre el café y la charla matutina qué jurista merece vestir la toga! La misma plebe que elige a sus reinas de belleza y a sus influencers favoritos tendrá ahora el sagrado derecho de seleccionar a quienes interpretarán los intricados vericuetos del código civil y penal. ¿Quién necesita años de estudio y ponderación cuando se puede resolver un amparo con una encuesta de Instagram?
La ministra presidenta Norma Piña, con su último informe, ha cerrado con broche de oro lo que la mandataria ha calificado como “la era de los cuestionamientos”, eufemismo sublime para no decir “la orgía de prevaricatos y componendas”. Se inicia ahora la “Era de la Esperanza”, un periodo mágico en el que, al parecer, la sola voluntad popular bastará para convertir a los leños de la injusticia en ardientes antorchas de equidad.
Doña Rosa Icela Rodríguez, suma sacerdotisa de Gobernación, ya se frota las manos ante la perspectiva de trabajar con este novísimo poder, surgido no de la tradición jurídica, sino de las urnas electorales. Promete, con un optimismo que raya en lo místico, resolver con celeridad los casos de amnistía y liberar a los injustamente encarcelados por “delitos menores”. Todo ello, por supuesto, gracias a la benevolencia de los nuevos jueces populares, quienes, se supone, estarán más interesados en impartir justicia que en defender sus privilegios de clase. ¡Como si la naturaleza humana fuese a transformarse por decreto presidencial!
En este nuevo paraíso judicial, el servidor público alcanzará su máxima realización espiritual corrigiendo injusticias seculares. Es una lástima que nadie haya pensado en aplicar este mismo remedio milagroso a otros males nacionales. ¿Por qué no elegir también por votación popular a los cirujanos cardíacos o a los pilotos de avión? Después de todo, la sabiduría del pueblo es infalible y su criterio, inmaculado.
Así, entre fanfarrias y promesas, México se embarca en la más audaz de sus transformaciones: convertir la administración de justicia en un reality show democrático donde, sin duda, la razón y el derecho saldrán triunfantes… o quizá simplemente cancelados por baja audiencia.

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