La lancha del desastre turístico o cómo hundir 18 vidas en nombre del progreso

En un acto de poesía burocrática, una embarcación turística en Veracruz decidió emular al Titanic, aunque con un presupuesto tercermundista y 18 valientes pasajeros que pagaron por la experiencia extrema de navegar en una lata flotante. Los fuertes vientos y el oleaje —elementos totalmente imprevisibles en el mar, según los manuales de operadores turísticos— conspiraron para convertir el paseo en un reality show de supervivencia.

Testigos afirman que el sobrecupo, esa práctica ancestral de “mientras quepan, que sobren”, jugó un papel protagónico. La lancha, bautizada simbólicamente como El Progreso que Naufraga, partió del malecón con la misma preparación que un político prometiendo soluciones: mucha fanfarria y cero estructura. Su destino: el Parque Nacional Arrecifal Veracruzano, porque nada dice “ecoturismo responsable” como ahogarse frente a un área natural protegida.

Milagrosamente, los pasajeros —ahora expertos en terapia de choque— fueron rescatados con crisis nerviosas y raspones, mientras las autoridades iniciaban su ritual post-desastre: la investigación que nadie leerá. Entre tanto, el capitán del barco fue visto actualizando su currículum en LinkedIn: “Especialista en convertir excursiones en leyendas urbanas”.

Este incidente, lejos de ser una tragedia aislada, es un microcosmos de la filosofía nacional: improvisación heroica, regulaciones flexibles como chicle en verano, y la fe inquebrantable en que el próximo naufragio será… problema del próximo gobierno.