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La Ley Mincho desafía la industria de los delfinarios en México

Una iniciativa revolucionaria busca terminar con la explotación de mamíferos marinos en México.

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En un giro tragicómico de la civilización, donde el entretenimiento humano se construye sobre el sufrimiento de seres más inteligentes que algunos políticos, surge la Ley Mincho: un intento desesperado por devolver a los delfines lo poco que nos queda de dignidad. México, país famoso por enjaular tanto sueños como especies marinas, ahora debate si los saltos acrobáticos forzados son más importantes que la ética.

Todo comenzó cuando el Dolphinaris Barceló recibió su merecido castigo celestial (o al menos burocrático) por parte de la PROFEPA, después de que sus prácticas fueran expuestas como lo que son: un circo romano moderno con trajes de neopreno. Entre las “irregularidades” (eufemismo favorito de los funcionarios) destacaban: maltrato digno de villano de Disney, acrobacias que harían temblar a un equilibrista borracho, y la clásica táctica corporativa de “aquí no ha pasado nada” cuando un delfín se estrella contra el concreto.

Los activistas, esos románticos que aún creen en la justicia, han lanzado una campaña con el hashtag #ElInicioDelfinDelCautiverio (porque en la era digital hasta las revoluciones necesitan SEO). La propuesta es tan radical como sensata: prohibir que los delfines sigan reproduciéndose en cautiverio como si fueran figuritas de colección, evitar que los humanos los toquen como si fueran peluches terapéuticos, y crear santuarios donde puedan disfrutar su vejez lejos de selfies turísticos.

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El caso de Mincho, el delfín que se convirtió en mártir viral tras chocar contra una plataforma (metáfora perfecta del “sueño mexicano”), revela la cruda realidad: mientras los espectadores aplauden, estos animales desarrollan problemas oculares por el estrés de repetir trucos absurdos para ganarse un pescado. ¿Acaso no es esto el capitalismo en su forma más pura?

Si la ley avanza, quizá algún día los delfinarios sean museos donde se exhiba la barbarie humana, junto a las jaulas de los zoológicos y los recuerdos de la democracia.

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