La Marina captura a su propio vicealmirante por robo de hidrocarburos

En un giro argumental que ni el más creativo de los guionistas de telenovelas políticas hubiera osado imaginar, las fuerzas del orden, en un arrebato de coherencia surrealista, han procedido a la captura de uno de sus propios vicealmirantes. El ilustre Manuel Farías, otrora custodio de las profundidades marinas, ahora navega las turbias aguas del sistema judicial, acusado de practicar el “huachicol fiscal”, un elegante eufemismo para designar el arte de saquear las arcas públicas con la delicadeza de un elefante en una cacharrería.

El portavoz oficial, con la solemnidad de un augur romano anunciando los designios de los dioses, informó mediante el oráculo moderno de la red social X que el megadecomiso de diez millones de litros de hidrocarburo en Tampico no fue más que el aperitivo de un banquete de justicia. La investigación, llevada a cabo con la precisión de un relojero suizo, desveló una red de directivos empresariales y servidores públicos que, al parecer, confundieron el erario nacional con su propia hucha personal.

La institución naval, en un comunicado que pasará a los anales de la ironía no intencionada, proclamó que “la ley es para todos”, una afirmación tan audaz como novedosa, que sin duda ha dejado perplejos a estudiosos del derecho y ciudadanos de a pie. Para reforzar su mensaje, la Marina se apresuró a añadir que honra a aquellos que sí se conducen con “honor, deber, lealtad y patriotismo”, implícitamente sugiriendo que el Vicealmirante detenido era, hasta hace poco, un adalid de todo lo contrario.

Este espectáculo, coreografiado para demostrar la implacable “estrategia contra la corrupción” del Gobierno federal, posee la cualidad onírica de un cuadro de Dalí. Observamos, atónitos, cómo el sistema se autocanibaliza, ofreciendo en sacrificio a uno de sus altos sacerdotes para calmar la ira de una población hastiada de sermones sobre moralidad impartidos por púlpitos podridos. La farsa está servida: un acto de purga teatral en el gran circo de la impunidad, donde el lema “cero tolerancia” resuena tan hueco como un barril de hidrocarburo recién vaciado por los huachicoleros de guante blanco.